14 marzo, 2012

Luis Roca Jusmet: El tiempo de la igualdad de Jacques Rancière

Jacques Rancière, El tiempo de la igualdad. Diálogos sobre política y estética (Traducción e introducción de Javier Bassas Vila), Barcelona, Herder, 2011.


Nos encontramos aquí con un libro extraordinario, tanto para iniciarse como para profundizar en la teoría filosófica de Jacques Rancière. El pensador francés, nacido en Argel en 1940, es sin duda uno de los filósofos vivos más potentes. Su punto de vista sobre la política, la estética y la educación es absolutamente original e innovador. Su hilo fundamental, la emancipación humana, pero planteada a partir de la siguiente pregunta: ¿Cómo alguien en un lugar preciso, puede percibir y pensar su mundo? Es lo que llama el reparto de lo sensible: la organización en un espacio dado desde el que tenemos una percpeción del propio mundo. De esta manera vinculamos nuestra experiencia sensible, es decir la de nuestro cuerpo, a una determinada inteligibilidad. Inteligibilidad que no se basa en la ideología que nos la oculta ( Althusser) o en el desconocimiento (Bordieu) pero que tampoco aparece espontáneamente. Rancière se interesa por la configuración de un sujeto a partir de la manera cómo se constituye una ontología, es decir una experiencia sensible con un sistema de significaciones. La pregunta también la formula de otra manera: ¿Cómo se anudan el pensamiento del tiempo y la cuestión de la igualdad y la desigualdad? Se trata de entender las formas de dominación y de consenso y su cuestionamiento en el arte y en la política.

El tema es complejo, lleno de matices y hemos de trasladarnos a la realidad concreta para ver como se articula. Rancière inició un estudio, sin ningún prejuicio ideológico, de los movimientos obreros emancipadores en el siglo XIX en Francia. Quería entender y aprender que es lo que nos enseñaba este movimiento en su dinámica real. Encontró lo que tenían de creativo, de búsqueda de otras maneras de ver y sentir las cosas. Se trata por tanto de entender la emancipación como la apertura del campo de lo posible en un grupo de sujetos que emprenden una acción colectiva. Porque la emancipación no se basa ni en un sujeto colectivo ni tampoco en sujetos individuales, sino en esta acción colectiva de sujetos singulares. Pero no la economía (clase obrera, precarios...) la que determina estos sujetos. Tampoco lo es la conciencia de la propia explotación. Es el sentimiento de otra vida posible de aquellos que no se conforman con el lugar que les ha sido asignado.

La política va contra la policía, que es el establecimiento de un determinado reparto sensible en los que cada cuerpo tiene un lugar y una función. La policía gobierna distribuyendo los espacios, los lugares, los papeles, lo que se puede pensar, sentir, decir y hacer. La política no es la expresión natural de nuestra naturaleza (como diría Aristóteles) pero tampoco es un espacio claramente diferenciado de lo social (Hanna Arendt). La política es algo contingente, algo que puede pasar cuando no se acepta el orden policial. La política aparece cuando hay desacuerdo, cuando se universaliza el conflicto. El consenso es el fin de la política, la postdemocracia y es lo que provoca reacciones como el auge de la extrema derecha. Lo que vivimos actualmente en Europa no es una democracia sino una oligarquía liberal en la que dominan los que detentan el poder económico, institucional e ideológico.

La política es la democracia como movimiento para emancipar la capacidad de cualquiera. La democracia no es sólo una forma de gobierno o un modo de vida social, es sobre todo la práctica que plantea una ruptura con la estructuración simbólica de la vida en común. Es la búsqueda de una comunidad política heterogénea de sujetos singulares frente a una comunidad homogénea cultural donde hay unos papeles y unas funciones orgánicamente establecidos. Esta comunidad política se basa únicamente en la igualdad de los seres hablantes. Igualdad de la partimos, no que buscamos. Aquí Ranciére es radical y se desmarca de los que luchan por una supuesta igualdad partiendo de la desigualdad de las inteligencias, de las capacidades. La política no es el gobierno de los intereses comunes. El bien común no existe, es una ficción.

Todo ello llevó a Rancière a la estética, no como teoría de la belleza y el arte, sino como una análisis de como se configura un campo sensible, un campo de la experiencia que rompe con los anteriores. Aquí hay muchas ideas interesantes, pero me limitaré a las dos que me han parecido más sugerentes. La primera se refiere a la novela, que según Rancière va ligada a la democracia porque es la literatura de cualquiera y sobre cualquiera. Es la forma democrática de la palabra que rompe con las clasificaciones clásicas de las artes. La segunda es su teoría del espectador emancipado, que quiere romper con la dicotomía entre artista activo/espectador pasivo. Pero que al mismo tiempo critica la intervención del artista para provocar una acción del espectador, ya que no deja de ser una manipulación del primero. Es el espectador el que subjetivamente integra la obra en su campo de experiencia.

El libro de que nos ocupa recoge interesantes entrevistas de Rancière realizadas entre 1981 y 2007. Únicamente dos de ellas ("Universalizar las capacidades de cualquiera" y "El nuevo discurso antidemocrático" habían sido traducidos al español y publicadas en la desgraciadamente desaparecida revista Archipiélgo. Cuadernos de crítica de la cultura). Las entrevistas tienen un gran interés por diversas razones. La primera es que a través de inteligentes entrevistas aclara los temas fundamentales expuestos anteriormente. Rancière lo hace con claridad, precisión y rigor. Demostrando lo que da un segundo interés a las entrevistas que es su reflexión crítica sobre multitud de pensadores anteriores y contemporáneos sobre los cuales Rancière demuestra un conocimiento profundo. Así van pasando gente como Lacan, Castoriadis, Nancy, Badiou, Deleuze, Negri , Agamben, Derrida. Hay análisis más en profundidad de sus afinidades y diferencias con Hanna Arendt, Michel Foucault o Pierre Bordieu. O una formulación de su polémica con la teoría democrática de Habermas o su lúcido análisis de Guy Debord y su “sociedad del espectáculo”. El tercer interés es que Rancière demuestra que no es una maximalista sino que tiene una capacidad crítica para pronunciarse sobre los acontecimientos más significativos y concretos del mundo que le rodea, sobre todo de su país, Francia, que es el que conoce mejor y le permite ejemplificar de manera más concreta. Finalmente encontramos una biografía intelectual y política muy detallada de Rancière, sobre todo de su relación con Althusser o de su militancia en el grupo maoísta Gauche Prolétarianne. Aquí comprobamos una vez más la elegancia de Rancière, que aunque mantiene una distancia crítica con lo anterior nunca tiene el resentimiento del converso.

Hay que agradecer el esfuerzo y la brillantez de Javier Bassas Vila, excelente traductor y compilador de este libro, del que ya tuvimos la fortuna de disfrutar de su edición de El espectador emancipado. La presentación que hace Bassas de El tiempo de la igualdad me parece una invitación tan lúcida como densa a la lectura de Rancière.

La emancipación, hilo conductor de la reflexión de Rancière, a través de su propuesta poética del saber que devuelve los métodos de la ciencia a un territorio común, a un pensamiento compartido. Jacques Rancière es un filósofo y define con claridad lo que hace. No es un discurso sobre (el arte, la ciencia, la política) sino un discurso entre, que cuestiona precisamente el reparto de los saberes, las disciplinas de los expertos. Su trabajo teórico consiste en confundir rompiendo las líneas fronterizas entre política, literatura, cine, educación, historia... Todo ello bajo una pregunta central ¿Cómo definir, como ejercer la capacidad de cualquiera?

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