Ariel
Suhamy
Suhamy, Ariel y Daval, Alia, Spinoza por las bestias, ilust. Alia
Daval, trad. Sebastián Puente, Buenos Aires, Cactus, 2016, pp. 125-130.
Perros
de pasiones
“No tenemos un imperio
absoluto sobre nuestras pasiones”. Con esta afirmación, Spinoza señala su
diferencia con los moralistas.
“Los Estoicos, por su
parte, han pensado que ellas dependían absolutamente de nuestra voluntad y que
podemos comandarlas absolutamente. Sin embargo, las pruebas de la experiencia, y
no sus principios, los han obligado a reconocer que para conocer y gobernar las
pasiones se requiere bastante de la costumbre y el ejercicio. Uno de ellos se
esforzó por demostrarlo con el ejemplo de dos perros (si mal no recuerdo), uno
domésticoy el otro de caza: el hábito puede hacer que el perro doméstico se
acostumbre a czar, y el perro de caza, por el contrario, a abstenerse de
las lebres. Descarte es bastante
favorable a esta opinión…”. (1)
En la imaginación
estoica, retomada por Descares, el sabio es una suerte de adiestrador de
perros. Como si la pasión fuera fuera una fuerza exteriror a nosotros, y a la
que podríamos, a fuerza de voluntad, amaestrear y domesticar.
Spinoza rechaza ese
esquema así como rechaza toda acción del alma sobre el cuerpo. La pasión no es
otra cosa que yo mismo, afectado de una cierta manera por las causas
exterirores; librarse de ella, es entonces modificarme a mí mismo --devenir
otro sin revestir, no obstante, otra naturaleza, a la manera de esos perros que
cambian sus caracteres conservando al mismo tiempo su naturaleza de perros--.
“Dado entonces que la
potencia del alma se define solo por la inteligencia” --solo por la potencia de
comprender, y no por una voluntad libre que se ejerce sobre el cuerpo-- “los
remedios para los afectos, de los cuales todos tienen, creo yo, alguna
experiencia, pero no la observan con cuidado ni la ven distintamente, nosotros
los determinaremos solo por el conocimiento del alma; y de ese mismo
conocimiento deduciremos todo lo que respecta a su beatitud”. (2)
Cadenas
del entendimiento y de la imaginación
La necesidad es
universal, pero las cadenas de la servidumbre pueden transformarse en cadenas
de libertad. (3) Entonces, no nos ocupemos sino de lo que enseña la
experiencia: la costumbre y el ejercicio. La liberación será progresiva,
procediendo por etapas.
En un primer momento, el
conocimiento de las verdaderas causas de los afectos tiene como efecto
separarlos de las causas imaginarias, es decir destruirlos en tanto que tales: “Lo
que en efecto constituye la forma del amor o del odio, es una alegría o una
tristeza que acompaña a una causa exterior: si se quita esta última, se quitan
al mismo tiempo la forma del amor y del odio, y estos afectos, y los que nacen
de ellos, son destruidos”. (4) Sin embargo, dado que la muerte según Spinoza,
no es anonadamiento de una fuerza, sino sustitutción de formas, la potencia
afectiva permanece mientras la asociemos en su forma a una idea verdadera. Pues
“el apetito por el cual el hombre es llamado tanto activo como pasivo, es uno
solo y el mismo”. Así la ambición, bajo régimen imaginativo, es una pasión que
apenas difiere del orgullo; bajo el mando de la razón, es una virtud llamada
piedad o humanidad. (5)
Sin embargo, el
conocimiento claro que cada uno puede tener de sí mismo es más bien parcial (6)
o general (7) que absoluto. Solo Dios se conoce a sí mismo enteramente. Solo el
conocimiento de los afectos no basta entonces para dominarlos. El remedio es
aliarse con la imaginación: sin la
alianza de las imágenes, el intelecto se quedaría immpotente. Nos
acostumbramos así a sentir la necesidad universal bajo la forma ya no de leyes,
sino de casos: “Cuanto más se refiere el conocimiento de que las cosas son
necesarias a cosas singulares que imaginamos más claramente y vivamente, mayor
es la potencia del alma sobre los afectos, como atestigua la experiencia. En
efecto, vemos que la tristeza que proviene de la pérdida de un bien se alivia
desde el momento en que el hombre que tuvo esa pérdida considera que ese bien
no podía ser consevado de ninguna manera…”. (8) De allí, un auténtico adiestramiento de la imaginación
prestando “siempre atención a lo que hay de bueno en cada cosa”. Por ejemplo,
habituándose a unir la imagen de las ofensas que se dirigen a los hombre a la
imaginación de esa regla según la cual conviene repeler el odio con la
generosidad, “la ofensa, o el odio que nace de ella habitualmente, ocupará una
parte muy pequeña de la imaginación y será más fácilmente superada; y del mismo
modo, para deponer el temor, hay que pensar en la firmeza del alma y llenarse
la imaginación con los peligros comunes de la vida, y con la manera de
evitarlos y superarlos de la mejor manera con la presencia de spíritu y la
fortitud”. (9)
Entonces ya no queda más
que tener en cuenta el tiempo. “Cuanto más se vincula la imagen, o el afecto, a
más cosas, más frecuente y vivaz es, y más ocupa el espíritu”; (10) y
comprendiendo lo que es claro en cada afecto, el espíritu a su vez remite todos
los afectos o imágenes a la idea de Dios como causa: amamos a Dios. Y como “una
tristeza cuyas causas conocemos deja de ser una pasión, es decir deja de ser
una tristeza”, nadie podría odiar a Dios. (11) Así, se forma una memoria plena
de gratitud. Lo que en los otros (en el otro que éramos) es rencor, amargarua,
envidia, etc., se transforma en alegría y en amor. Este amor escapa a las
vicisitudes de los amores ordinarios: será tanto más fuerte en tanto imaginemos
más hombres que lo comparten. (12) Ya no dejaré por ende de crecer, hasta
ocupar plenamente el espíritu, que puede entonces prevalecer sobre sus pasiones
fugitivas, como el perro que al probar las alegrías de la casa acaba por dejar
de correr liebres.
La
especie de la eternidad
Ahora bien, a fuerza de
remitir todo constantemente a Dios, de tener el espíritu ocupado por ese punto
de vista fijo e inmutable, sobreviene algo que es difícil, según confiesa el
propio Spinoza, de explicar con las palabras ordinarias, o incluso con las
suyas. Esta imagen, quizás, nos dará una idea de eso.
El Dios al que remitimos
todas las imágenes es impasible: Dios no podría amar a nadie, es decir
alegrarse con la idea de una causa exterior, puesto que no hay nada fuera de
él, y puesto que él es la potencia infinita. Quien a ma a Dios no busca
entonces a cambio ser amado; (13) algunas proposiciones más adelante Spinoza
afirma que Dios se ama a sí mismo, y a los hombres, con un amor eterno e
infinito. (14) ¿Contradictorio? No más de lo que es para un perro ser al mismo
tiempo cazador y doméstico. El perro de caza le lleva las libres a su amo; pero
el perro doméstico tiene para él, en él,
toda la potencia de la casa. Precisamente porque el verdadero amor excluye todo
esfuerzo por obtener reciprocidad, es que la reciprocidad se produce, por
identificación pura y simple entre mi potencia de comprender y la de Dios.
Entonces ya no me contento con remitir mis pensamientos a Dios, (15) pienso como Dios, o Dios piensa en mí, y goza
de su propia potencia infinita y eterna con la idea de sí mismo como causa. A
cambio de mi amor por Dios no recibo oro tanto, sino infinitamente más: el amor
de Dios “hacia los hombres”. (16)
¿Qué tiene de específico
la especie humana? No el libre arbitrio, ni el sentimiento, ni el alma, quizás
ni siquiera la razón; (17) sino el poder de ver y de sentir las cosas
singulares, a sí mismo y a los otros, “bajo
la especie de la eternidad”.
Notas
1. E5pref
2. Ibid.
3. Cf. E 58[?]
4. E5p2d
5. E5p4s
6. Ibid.
7. E3p59s
8. E5p6
9. E5p10s
10. E5p11
11. E5p18
12. E5p20
13. E5p19
14. E5p36
15. El verbo rapporter, que traducimos por “remitir”
en el caso de las ideas a Dios, es el mismo que traducimos por “llevar” en el
caso de las liebres al amo. [N. de T.]
16. E5p36c
17. Cf. E3p57s: “los
animales a los que se dice privados de razón…”.
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