Diego Tatián
Diego Tatián, “Spinoza,
pasajes argentinos”, en La
biblioteca, no. 2-3, Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2005, pp. 108-119.
Me pidieron
un trabajo sobre Spinoza en la Argentina y me pregunto cómo escribir
ese relato, y también: ¿acaso hay un spinozismo argentino? Una primera evidencia: hubo y hay estudiosos de la obra de Spinoza. Y según creo
–si bien esta no es una evidencia– también hubo y hay
spinozistas, aunque no sean
necesariamente estudiosos de su obra
y muchas veces se hayan apropiado de sus ideas
de manera salvaje,
considerándolas en virtud de su estricto valor de uso.
Walter Benjamin,
como se sabe,
concibió un libro sólo compuesto
por citas, un
texto en el que hablaran los otros. Es la manera como
Norman Brown escribió El cuerpo del amor. Me propongo
intentar aquí que la historia –o
más modestamente… la deriva– de Spinoza en la Argentina sea relatada
por quienes, de un modo u
otro, se vieron afectados por su pensamiento o inspirados en algún sentido por su signo. Se trata de jun tar los materiales, me digo, y componerlos, esto es ponerlos uno junto a otro,
de manera que cuenten una historia, no en sentido historiográfico
sino más bien en tanto story –“había una
vez...”. Para ello, me gustaría acumular en la mesa de tra bajo todo lo que pueda servir y, con ese
material heteróclito a disposición, comenzar a combinar los fragmentos
con el propósito de construir un único texto de muchos autores. Sin duda la elección del primero
es lo más difícil, como lo es la elección de la primera palabra
cuando se comienza
a hablar. Puede ser cualquiera,
pero las implicancias son dis tintas según el caso. Como alguna vez le escuché decir a Horacio González,
es posible comenzar a hablar a partir de cualquier
detalle, pues todo es un punto potencial de irrupción
de la filosofía, lo que nos lleva a la idea de que el pensamiento es una esfera cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguna.
Con la composición sucede lo mismo. Comenzar
por una página de León
Dujovne sería tal vez justo pero no me tienta; hacerlo con una de Borges, demasiado obvio;
recurrir a un
pasaje de El árbitro arbitrario o Del deseo implicaría algunas dificultades técnicas. Dejar que el primero en hablar sea
Lisandro de la Torre, tal vez, pero no. Releo lo escrito, me doy cuenta de
su tono excesivamente vacilante pero no voy a borrar –se me ocurre una cierta
analogía con el mimo que llega
a la plaza y antes de comenzar
su trabajo, delante de todos,
abre su valija, saca sus objetos, se cambia de ropa y se pinta–.
Continuar aquí…
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