José Luis Villacañas
Resulta imposible extraer las
enseñanzas de la experiencia marrana de Baruch de Spinoza al margen del Tratado teológico-político. Sin embargo,
este libro está sometido a las más dispares interpretaciones. Respecto de los
propios pensadores judíos ha sido caracterizado como escandaloso. Respecto de
los pensadores cristianos, como F. H. Jacobi, ha sido calificado de
completamente ateo. Si el libro alberga alguna enseñanza, ésta era una
valoración previsible, pues nos permite verificar la doble exclusión que
constituye desde el principio a la subjetividad marrana. En este ensayo analizo
la estructura compleja del argumento de Spinoza: su esencial vinculación de
cristianismo y marranismo que se defiende en él, su moderna eliminación de la
teología, su diferencia con Thomas Hobbes, su valoración del profetismo como
religión moral y democrática y su valoración de la teología como religión imperial,
así como el misterio de que el profetismo judío salvara a este pueblo de una
teología imperial. Sobre estos argumentos, desplegaré el problema de la
pertenencia político-religiosa y su sentido en el Estado pos-cristiano. Sobre
esta teoría tiene profundo sentido el texto sobre los judíos de España, que ha
producido tal escándalo que ha tenido que ser ignorado. Por último, en el
punto, me aproximaré al problema de la democracia en Spinoza y su relación con
el problema de la contingencia.
1. Cristo y los marranos. El Tratado
teológico-político constituye el resultado más granado del interés de
Spinoza sobre la problemática de la pertenencia. Justo por eso, el libro se
abre como una piedra angular de la modernidad europea. Y no sólo porque inicia
la crítica bíblica para todo el siglo XVIII, sino porque nos permite avanzar en
lo que Max Weber llamó la diferenciación de las esferas de acción [1]. Desde luego, esta diferenciación se venía abriendo paso en la historia
ya desde siglos atrás. Pero lo hacía sin plena conciencia de sus dimensiones
normativas internas; esto es, de sus propias aspiraciones universales. Aquellos
difíciles caminos históricos, que tenían que ver con la relación entre religión
y política, papado e imperio, revelación y razón, eran algo más que accidentes
europeos, como lo muestran los casos de Averroes y Maimónides. A Spinoza
debemos esta nueva óptica que mira las cosas desde una perspectiva universal de
la especie humana. El supuesto moderno desde el que se puede ganar este punto
de vista extraño es el de ser excluido e incluso perseguido. Normatividad y
universalidad a partir de Spinoza van de la mano porque él, antes que nadie,
supo transformar la condición de ser humano marginal en constructiva para el
pensamiento. Y eso es la modernidad. Y de ahí procede la definición de “Estado
democrático” para Spinoza, aquel “donde todos deciden, de común acuerdo, vivir
solamente según el dictado de la razón” [2]. Aunque no estoy convencido de que digamos lo mismo, algo parecido nos
ofreció Leo Strauss [3].
Sin duda alguna, este resultado
sorprendente y único procede del sencillo hecho de que Spinoza se distanció de
la línea central moderna-hobbesiana de producción de paz, y lo hizo porque
nunca perdió de vista el problema que le angustiaba: la cuestión de configurar
una comunidad política que transformara en positiva la existencia de excluidos
por las formas tradicionales de pertenencia. La sensibilidad para este aspecto
de la cuestión –ausente de Thomas Hobbes– procede de las angustias propias de
la experiencia judía marrana. Sólo ella, representando de forma extrema a los
que no fueron actores de las guerras religiosas, podía conferir a Spinoza esta
extraña pretensión de mirada universal, de una inicial no-pertenencia ahora
metódicamente mantenida hacia el objetivo de hallar lo común [4]. En su opinión, sin embargo, de forma bastante extraña, esa experiencia
acerca de lo común sólo podía ser iluminada desde una perspectiva cristiana.
Cristo, al menos esto se desprende de su exégesis, había anunciado, anticipado
y previsto la experiencia marrana. Cristo fue el maestro de los marranos porque
sólo él “vio que [los judíos] se dispersarían por todo el orbe” y, sólo por eso,
“les enseñó a que practicaran la piedad con todos sin excepción”[5]. Desearía argumentar que, al hacerlo así, y para Spinoza, la enseñanza
de Cristo colocó al ser humano en la senda de la configuración del Estado
democrático.