Leonardo Padura
…gracias a su preceptor, el jajám Menasseh Ben Israel, el más sabio de los muchos judíos
entonces asentados en Ámsterdam, Elías Ambrosious asumió la noción de que cada
acto de la vida de un individuo tiene connotaciones cósmicas: “¿Comerse un pan,
jajám?”, una vez, siendo aún niño,
osó preguntarle Elías, al oírlo hablar en sus clases sobre el tema. “Sí,
también comerse un pan… Solo piensa en la infinidad de causas y consecuencias
que hay antes y después de ese acto: para ti y para el pan”, había respondido
el erudito. Pero además había adquirido del jajám
la amable convicción de que los días de la vida eran como un regalo
extraordinario, el cual precisaba disfrutarse gota a gota, pues la muerte de la
sustancia física, como solía afirmar desde su púlpito, sólo significa la
extinción de las expectativas que ya murieron en la vida. “La muerte no
equivale al fin”, decía el profesor. “Lo que conduce a la muerte es el
agotamiento de nuestros anhelos y desasosiegos. Y esa muerte si resulta
definitiva, pues quien muere así no puede aspirar al retorno el día del Juicio…
La vida posterior se construye en el mundo de acá. Entre un estado y otro sólo
existe una conexión: la plenitud, la conciencia y la dignidad con que hayamos
vivido nuestras vidas, en apariencia tan pequeñas, aunque en realidad tan
trascendentes y únicas como…, como un pan”.
Leonardo Padura, Herejes, Tusquets,
México, 2013, pp. 202-203.
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