Spinoza
considera al ser humano como un cuerpo vivo con una mente que percibe y razona,
y lo analiza siguiendo tres dimensiones.
En primer lugar, una dimensión cuantitativa o extensiva. Un cuerpo está formado por múltiples partes, es una composición de cuerpos más pequeños, hasta llegar a los cuerpos simples. Estos cuerpos simples forman una materia cuantificable, medible.
En
segundo lugar, una dimensión relacional. Las partes extensivas que componen un
cuerpo se organizan según unas relaciones características. Spinoza dice que son
relaciones de movimiento y de reposo, de rapidez y lentitud. Podríamos
entenderlo como un ritmo particular que diferencia a unos individuos de otros.
Aun cuando las partes extensas de un cuerpo sean aparentemente las mismas que
las de otro cuerpo, la relación que las mantiene unidas les confiere una gran
diversidad: ni siquiera dentro de la misma familia existen dos cuerpos iguales
(el caso de los clones no está aquí contemplado).
En
tercer lugar, una dimensión cualitativa o intensiva. Un cuerpo es una parte de
la naturaleza, no sólo en cuanto que está compuesto por múltiples cuerpos
simples, sino también porque es una parte de la potencia total de la naturaleza,
de ese "infinito gozo de existir". Un cuerpo es un grado de esa
potencia y en eso consiste la esencia de un individuo. Una esencia que se
identifica con un grado de potencia es una esencia dinámica, que se mide por la
cantidad de acciones de las que es capaz. Pero, ¡cuidado con las palabras!, al
decir "potencia"-corremos el riesgo de creer que aquello de lo que un
cuerpo es capaz es todo lo que potencialmente podría hacer aunque todavía no lo
ha hecho. No es esta la idea de Spinoza: el grado de potencia no es una
potencia imaginaria, es la totalidad de cosas que efectivamente un cuerpo
realiza. El impulso vital de esta potencia -conatus lo llama Spinoza- es
perseverar en la existencia y crecer, es decir, conservar y aumentar las
capacidades de acción.
Así
pues, resumiendo las tres dimensiones, un ser humano es un grado de potencia,
que se expresa en una relación característica, bajo la cual le pertenecen un
número de partes extensivas.
Si
bien es cierto que el impulso o conatus empuja a crecer, el resultado que
podemos observar a nuestro alrededor no es lineal. La dinamicidad de las
esencias se muestra tanto en el crecimiento como en la disminución de la
capacidad de acción. ¿De qué depende?
El
modelo de crecimiento que nos plantea Spinoza es alimentario. Las diversas
partes del cuerpo necesitan alimentarse para permanecer en vida y para crecer.
Como las partes son diversas, también los alimentos tendrán que serlo y será
fundamental para el funcionamiento del cuerpo en general que la alimentación
no esté desequilibrada. Ahora bien, ¿cómo conocer los alimentos que convienen
a un cuerpo?
Cuando
mi cuerpo se encuentra con otro -la alimentación es un encuentro en el que mi
cuerpo ingiere otro cuerpo-, o me sienta bien o me hace daño: si las relaciones
características del otro cuerpo se armonizan con el mío, porque son velocidades
o ritmos coincidentes, el resultado es una composición; cuando, por el
contrario, el encuentro se produce con un cuerpo que no me conviene, actúa como
un veneno, descompone mis partes y me debilita, porque tengo que invertir
energía y tiempo para expulsarlo; la fuerza que pongo para conjurar el cuerpo
enemigo es fuerza perdida. Mi cuerpo crece en el primer supuesto; disminuye en
el segundo. Aplicando la metáfora de la alimentación, se puede decir que este
libro, esta ciudad, esta persona aumentan o disminuyen mi potencia.
Spinoza
desdramatiza la idea de la muerte. En el encuentro fatal con alguna cosa más
potente, el cuerpo más débil se descompone irreversiblemente: desaparece entonces
la relación que mantenía unidas las partes de ese cuerpo, aunque esas partes
extensivas entrarán en la composición de otros cuerpos. Así pues, la idea de la
descomposición es un punto de vista parcial. Para la naturaleza, la muerte no
es sino una recomposición, un cambio de ritmo: la música de la naturaleza
permanece eternamente viva.
La
muerte siempre viene desde el exterior del cuerpo. Las enfermedades, el
envejecimiento, incluso el suicidio, son descomposiciones a partir de
invasiones externas. No existe en la naturaleza nada más que el impulso a la
vida.
En
cualquier caso, la ciencia de la vida consiste en no morir prematuramente, es
decir, en realizar al máximo el grado de potencia para llegar a ser el que se
es. Pero, desgraciadamente, nacemos sin esa ciencia que nos pueda guiar, porque
no existe una receta válida para todos, dada nuestra diversidad.
Puesto
que las esencias son individuales -la esencia de Carmen y la esencia de
Antonio, y la mía y la de Max y la de Spinoza y la de Vd. que lee estas
líneas-, habrá que conocerlas en su singularidad, no podemos recurrir a una
esencia general del ser humano. Lo bueno y lo malo son nociones relativas:
llamo "bueno", a lo que me sienta bien, y "malo" a lo que
no me sienta bien, y no tiene por qué ser así necesariamente para otras
personas. Todos, sin embargo, intentamos que lo que es para cada uno de
nosotros lo bueno y lo malo también lo sea para los demás. Buscamos el
asentimiento de los otros, que compartan nuestro punto de vista, que vivan como
nosotros vivimos: a esto lo llama Spinoza "ambición". Pero dejando
fuera la ambición, el Bien y el Mal general para todos los cuerpos no existe.
Comenzamos viviendo a tientas. Es lógico. El individuo que compongamos no nos
preexiste. Y por eso la vida es un riesgo continuo. No me sirve la experiencia
de los demás. Está claro que algunos cuerpos pueden descomponer el mío y
llevarlo a la muerte -algunos venenos como el arsénico, por ejemplo-, pero hay
muchísimos más cuerpos con los que me encuentro al azar y de los que no sé qué
efecto pueden tener sobre el mío. Afortunadamente existen indicadores que nos
guían y todos los usamos para saber reconocer lo que es bueno o malo para
nuestro cuerpo. La respuesta es que cuando encuentro otro cuerpo que me conviene,
sé que es bueno para mí porque me siento alegre. Por el contrario, cuando
encuentro un cuerpo que no me conviene, me siento triste. La alegría y la
tristeza son indicadores primarios del tránsito hacia un aumento o una disminución
de la potencia. Y de ellos se derivan los afectos de amor y de odio. Amamos lo
que nos produce alegría y odiamos lo que nos produce tristeza.
Fuente: Maite
Larrauri, La felicidad según Spinoza, Tàndem,
Valencia, 2008.
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