23 enero, 2012

Tomás Abraham: Spinoza o Hegel

Desapareció Spinoza de mi vida. Es posible que en la institución judía a la que asistí un breve tiempo, en donde había grupos de estudio para jóvenes sobre los pensadores de la tradición, su nombre haya circulado alguna vez. Imagino que sabía que era un filósofo excomulgado.

Ya en París como estudiante de filosofía, el nombre de Spinoza volvió a sonar con renovado prestigio por la importancia que le daba el grupo de filosofía que acompañaba a Louis Althusser. Uno de ellos, Pierre Macherey, profesor que tuve en la Sorbonne durante un cuatrimestre, escribió años después, 1979, el libro Hegel ou Spinoza, en la misma colección “Théorie”  de la editorial François Maspero en la que se habían editado los libros de Althusser sobre Marx.

Spinoza era para Althusser y sus compañeros una máquina de guerra discursiva contra Hegel. Desprender a la filosofìa marxista de su adherencia hegeliana era para ellos una labor imprescindible en su intento de refundar el marxismo de acuerdo a las nuevas teorías provenientes de la lingüística estructural, del psicoanálisis lacaniano y de la antropología de Claude Levi-Strauss.

Era parte del combate ideológico contra el aparato fenomenológico, el sartrismo, y el humanismo feuerbachiano que se basaba en los textos del joven Marx. Por alguna razón que me resultaba misteriosa, Spinoza era un aliado de esta tarea, un compañero de ruta muy querido en la avanzada materialista.

Macherey, en este libro primerizo, anterior a su gran obra en cinco tomos sobre Spinoza Introduction a la Éthique de Spinoza, comienza marcando la diferencia entre un Hegel profesor de la Universidad y un Spinoza reacio a aceptar puestos académicos. La explicación reside en el modo en que ambos componen su obra en relación a la institución:

“El sistema hegeliano cuya exposición se construye y se desarrolla al mismo tiempo que su autor recorre, con alegría, las etapas de la carrera universitaria (de preceptor privado a la Universidad de Berlín), la una reflejándose en la otra y dándole por reciprocidad su verdad, ¿no está confeccionada por su organización jerárquica, para ser ejercida en el marco de una institución pública de enseñanza?”.

Sistema especulativo y trasmisión académica son dos instancias homólogas en el trayecto hegeliano. Por el contrario, el sistema spinozista repele toda oficialización. Dice Macherey: “Su doctrina expone el punto de vista de un solitario, de un reprobado, de un rebelde, y se trasmite de la boca en boca (...) La filosofía suprime el miedo e ignora la obediencia; por eso no puede ser enseñada públicamente”.

Este reencuentro con Spinoza vino con la doble aureola de un pensador ungido con la gloria del anarquismo y del materialismo. El recuerdo de aquel primer contacto con el texto de la Ética, aquel libro incomprensible, se recreaba ahora con el materialismo de su peso en gramos y el anarquismo de un triángulo equilátero. Pero sin duda su vida, de la que conocía poco y nada, debía justificar tamaño romanticismo, al menos por su condición de desterrado cultural, hereje o ateo, que supo enfrentar a las autoridades de su comunidad.

Resultaba algo más arduo comprender las razones por las que el materialismo dialéctico de Carlos Marx estaba emparentado con el panteísmo de Baruch Spinoza, ese misterio sólo podía ser develado por especialistas tanto de uno como de otro pensamiento, aunque al menos, incapaz de llegar a tales ditirambos conceptuales, me contentaba por el momento con saber que Spinoza era un revolucionario en la teoría y seguramente en la práctica también.


En realidad, Spinoza era marxista, y  a no dudar, éso bastaba por el momento. El holandés errante, el sefaradí expulsado, estaba en la senda correcta, y pertenecía a la línea materialista.

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