Sergio Espinosa Proa
Llevar la diferencia a la contradicción es hacer de la
desviación una mala elección. ¡Parece un (mal) juego de palabras! Deleuze piensa que el deseo es productor de
diferencias. En eso resulta inagotable; reducirlo a contradicción es empobrecerlo. El deseo genera anomalías,
y eso choca con el Capital, que se rige por la lógica de la
apropiación/acumulación. Hay un elemento
azaroso y contingente en esta producción. La producción de diferencias se topa
pronto con las normas. ¿Qué es la política?, se pregunta alguien: "un
cuestionamiento minoritario de las normas", se responde (Guillaume Le
Blanc, "Mayo del 68 en filosofía. Hacia la vía alternativa", en op. cit., p. 112). Devenir múltiple vs.
control único: tal la alternativa. Apertura vs. clausura, captura vs.
interrupción, poder vs. dominación, devenir vs. historia, natura naturante vs.
natura naturata... ¿no es esto una contradicción
pura y simple? ¿Dónde quedó la riqueza? A menos que ambos momentos no se contradigan...
Kafka contra el feminismo. La lógica de la apropiación, ¿a qué se opone? ¿A la
lógica de la desapropiación? La lógica de la apropiación es cerrada; la
desapropiación es abierta. ¿Sigue siendo lógica? El devenir-minoritario
equivale a una producción anti-nómica que hace de lo humano una figura limitada
y contrahecha. No es in-humana esta política: es ex-humana, trans-humana,
extra-humana, a-humana. Por prefijos no paramos. El deseo es radiactivo: eso es lo que conviene retener. Ahora bien:
el deseo no se ceba en cosas o signos.
No obedece (sólo) a una lógica de la apropiación. ¿Obedece el Capital a una
estrategia mercado-lógica? Bueno, hay que decir que el deseo resulta limitado,
frustrado y contradicho por el mercado. Eso es todo. Que los cuerpos y las
ideas sirvan exclusivamente como mercancías es afrentoso, pero es lo más común.
"El capitalismo se presenta así como un proyecto con dos cabezas, deseo y
aparato de captura", (p. 118). Acicate y jaula. La "política"
tal como la conciben Deleuze y Guattari libera el deseo, lo desujeta; de ahí su
proximidad con la anomalía. Quizá, pero ¿puede desearse algo que escape a las
leyes del mercado, a sus normas? ¿No se trata de una mera sustracción? Pues no
necesariamente: puede desearse lo que nadie (o casi nadie) quiere. ¿Pensar?
¿Mantenerse todo el día en casa? ¿No será eso hacer de la propia vida una obra
de arte? Desear lo intraducible a monedas: ¿dónde se compran esas cosas? La
pregunta es entonces qué relación guardan el deseo y el delirio. Es preciso
estar locos de otra manera para no contraer la locura de la mayoría. ¿De qué
manera? Exactamente así: pensando. El pensamiento crea el objeto, pero éste
responde alterando a aquél. No existe una "adecuación" entre la cosa
y la palabra, o entre el objeto y el concepto, o entre ser y pensar, porque
ambos se forman en el mismo movimiento. En consecuencia, la "verdad"
ocurre al menos en los bordes del pensamiento, no en su centro (y no por
costumbre en su provecho). Estamos forzados --cuando en verdad lo estamos-- a
pensar. Uno "no quiere" hacerlo, se está --o no-- obligado a hacerlo.
La lógica es interesante sólo cuando se calla, dice el filósofo. Eso ocurre, al
parecer, con todas las reglas; son interesantes en el momento en que dejan de
regularlo todo. El pensamiento no es dialéctico, pero no lo es porque en
principio no es lógico: el hecho es que ha surgido un problema, que es lo que
hay que pensar -y no se sabe con qué herramientas. La lógica viene siempre
después. Lo primero es la fuerza, que no tiene por qué confundirse con la
violencia. El pensamiento no quiere "conocer" algo, quiere saber qué
quiere ese algo, qué y por qué afirma algo de qué, de qué es evaluación.
"Lo que le interesa ante todo al pensamiento es la heterogeneidad de las
maneras de vivir y pensar", afirma un comentarista (François
Zourabichvili, Deleuze. Una filosofía del
acontecimiento, Amorrortu, Buenos Aires, 2004, p. 44). No hay un grado-cero
de lo pensable; siempre se parte de en medio: de un problema. No hay "buena
voluntad" allí, ni las cosas vienen empaquetadas y etiquetadas para ser
conocidas. Por eso "pensar" equivale a pensar de otro modo. Mas no
por aburrimiento o mera curiosidad sino por hartazgo: lo que fuerza a pensar es
lo desconocido, con aquello que no sabemos cómo ni para qué ni hasta qué punto
representar. No es un afuera físico, una
exterioridad en el sentido habitual, es decir, científico, del término. Con
cierto humor, Zourabichvili se pregunta: "La cuestión es saber bajo qué
condición el sujeto pensante entra en relación con un objeto desconocido, y si
para hacerlo le basta con ir al zoológico, dar vueltas en torno a un cenicero
puesto sobre la mesa, hablar con sus congéneres o recorrer el mundo"(p.
48). Esa es "la cuestión", que de platónica o positivista no tiene un
pelo. Es una cuestión de supervivencia, pues el sujeto piensa porque no sabe de
momento a qué atenerse. Por eso representa una disolución tanto de la cosa como
del punto de vista; todo se juega en este desvanecimiento. No sabemos lo que
puede un pensamiento, y tampoco sabemos lo que puede una cosa. Lo único que
sabemos es que ni el uno ni la otra guardan una relación de interioridad o de
homogeneidad: son exteriores, heterogéneos, ajenos entre sí. ¿La cosa? Para un
ser pensante no existen, en primer lugar, cosas sino signos, y esto significa
solamente que las "cosas" están enrolladas, embrolladas, embrocadas.
La fuerza es afirmativa, que se vuelve violencia sólo porque no puede: no
puede, por principio, descifrar los signos. El poder es generoso, de lo
contrario se transforma en dominación.