25 septiembre, 2018

DE LOS MODOS DE VIDA IX

Sergio Espinosa Proa

Se aprende mucho de los efectos de una filosofía. Son, en enorme medida, efectos personales. En los años setenta, Gilles Deleuze se avergüenza de una inversión desastrosa: el pensamiento va a remolque del periodismo, limitado a él, dependiente de sus vaivenes. El pensamiento sufre: si un periodista no lo "traduce", no vale. ¿Podría resistirle? Yves Charles Zarka equipara al periodismo con la política: al pensamiento de Deleuze le afecta, pero desde afuera. La filosofía tiene su singularidad y su rigor. No es como Foucault, abiertamente político. La política importa en Deleuze (y Guattari) como geofilosofía, como territorio de emergencia, como pista de aterrizaje. Las preguntas son muy precisas. El filósofo piensa la política como algo a posteriori, un sitio en el cual podría --podría no-- ponerse a prueba su consistencia. Un ejemplo es Heidegger, que todo lo complica por aterrizar en el nazismo; ¿es su culpa, o pudo darse en otro lugar? No lo vemos claro. Por otra parte, todo es política: el concepto de máquina deseante está fabricado específicamente como antídoto al "familiarismo" del psicoanálisis freudiano. Si el deseo produce a lo real, si todo es deseo, a quien debe leerse es a Spinoza. Eso está, dirá Zarka, meridianamente claro. En la actualidad, el mundo "piensa" merced a las empresas. ¡Terror! "Tales son algunos de los lugares claroscuros donde aflora la política en Deleuze" (Y. Ch. Zarka, "Deleuze y la filosofía", en Deleuze político, Nueva Visión, Buenos Aires, 2010, p. 11). No hay, pues, una "posición política" en Deleuze --a menos que se entienda la filosofía como una "política" de la fabricación de conceptos. Pero sería muy forzado. Alain Badiou, siempre crítico, preferirá hablar de "ética". Lo cierto es que a Deleuze no le interesa pensar lo político bajo la lógica binaria o dialéctica que pone tajantemente de un lado a los amos y del otro a los esclavos (o a opresores y oprimidos, o mayorías siempre con la razón de su parte y minorías desprovistas de ella). Está muy bien la universalización, pero si ella conlleva un sufrimiento de lo singular, no está tan bien. Lo propiamente político en Deleuze es la invención de formas inéditas de relación; lo demás es... ¡política! Es decir: cansancio, inercia, clausura. Lo nuevo es lo característico de la ciencia, del arte y de la filosofía (y por ende de la política), pero no en el sentido cristiano de milagro, de interrupción del flujo del devenir, sino en el spinoziano de irrupción del punto de vista de la eternidad en el seno de la historia o del tiempo orientado. Lo nuevo significa el triunfo de la creatividad sobre las rutinas impuestas por la institución. Nuevo es, por ejemplo, llevar el descentramiento de lo humano hasta sus últimas consecuencias: no por azar el nazismo aparece como una exacerbación de cierto nexo con el otro y con la naturaleza. Que haya existido el nazismo es una vergüenza mundial. ¡Oponerse a su repetición es lo político! Por lo demás, Deleuze participa en lo público: de 68 a 78 (y hasta entrados los ochenta) tiene una presencia manifiesta en los movimientos más representativos. Con los presos políticos, contra los "nuevos filósofos", en favor de los palestinos, etc. Pero eso, por importante que sea, no da una imagen completa de su compromiso. Tendremos que atender para empezar su devenir minoritario a fin de comprender su posición. Político es, por cierto, este rechazo a la subsunción de lo múltiple bajo algún principio de identidad objetivo o subjetivo: un Estado o una clase social. Es de justicia quebrar el autoritarismo y el absolutismo de la mayoría. Aunque no es nada fácil: las minorías tienden naturalmente --si no se hunden en la pura y simple pulverización-- a reproducir la forma-Estado. Lo inasimilable del devenir-minoritario consiste en gran medida en eludir toda categorización y toda representación: una verdadera minoría es asistemática. ¿Qué es lo esencial en esto? Que esos procesos sean eficaces, actuando a la vez contra el universal vacío de la norma hegemónica y contra la particularización inclusiva-excluyente de la minoría como parte de un subsistema. Las minorías deben permitir que uno mismo devenga minoritario. ¡Incluso el propio Deleuze! La cuestión, en consecuencia, es muy compleja, pues ni siquiera hay un acuerdo respecto de lo que cubre la palabra "política". No es un concepto, sino "un haz de articulaciones ente varios conceptos" (José Luis Gastaldi, "La política antes que el ser. Deleuze, ontología y política", en op. cit., p. 66). La idea misma de anterioridad procede de Kant, corregido por Nietzsche: primero está la política, luego la ontología. ¿Qué significa esto? Que la realidad es producida en otro lugar, imaginada antes que producida. El reemplazo de la ontología kantiana es garantizada por la sustitución del plan virtual/real: la voluntad es creadora porque es una fuerza viva. Es parte del conatus, luego tiene relación directa con el poder. Este paralelismo le debe todo a Spinoza: sustituye (y resuelve) las antinomias kantianas, de origen religioso. El correlato de una voluntad absolutamente libre es una naturaleza mecánica, es decir: muerta. Se puede postular una naturaleza viva sin caer en la doble tentación animista y finalista o teleológica: la naturaleza desea. ¿Qué? Ser naturaleza, ser lo que es. Por ello está ausente la noción paulina de una conversión súbita o un milagro; lo que hay es conciencia de que no hay otra. Con esta ontología, la política será, si no revolucionaria, siempre crítica. Gastaldi lo dice (y subraya) muy bien: "la concepción según la cual el hombre debe imponerle sus propios fines a la naturaleza se halla en crisis terminal" (p. 79). No podemos seguir pensando la naturaleza como hecha para nosotros. Ni necesariamente en nuestra contra; somos parte de ella. Deus sive natura.

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