28 enero, 2013

Spinoza y la política como búsqueda de libertad

Aurelio Sainz Pezonaga

GARCÍA DEL CAMPO, Juan Pedro. Spinoza y la multitud (El resto falta), Hiru, Hondarribia, 2012, 195 pp.

La editorial Hiru acaba de publicar en su colección Skene el último libro de Juan Pedro García del Campo. García del Campo nos ofrece en esta ocasión una obra de teatro acerca de la vida y filosofía de Spinoza, pensador del que es uno de los especialistas españoles más señalado.

La obra fue originalmente realizada como ficción radiofónica para ser emitida en la Radio Nederland Wereldomroep, pero ha acabado por adoptar la forma de obra teatral. Es por tanto una obra dramática realizada por un filósofo que pone en escena la vida y la filosofía de un clásico. Pero no es simplemente una obra que un pensador actual dedica a un maestro cuya época ya ha pasado. Es más bien la apuesta por reactivar una filosofía que tiene que pasar la prueba de la actualidad, que tiene que hacerse verosímil en el contexto creado por los problemas del momento histórico que vivimos.

A Spinoza y la multitud cabe acercarse de diferentes maneras. Nosotros la vamos a abordar desde el punto de vista filosófico. Desde este punto de vista, lo primero que hay que subrayar es que la obra es el resultado de un encargo –contar teatralmente la vida de Spinoza– muy bien realizado. El obstáculo que García del Campo tiene que salvar de entrada es demostrar que es posible contar, desde los parámetros de la filosofía de Spinoza, la historia personal del filósofo Baruch Spinoza. ¿Es posible, desde el spinozismo, contar una historia personal, por ejemplo, la del mismo Spinoza? Es más, ¿es posible explicar históricamente, desde el spinozismo, una filosofía particular como la de Spinoza? Ya que no hablamos de una historia personal cualquiera, sino de la vida de un filósofo, que es como decir una parte fundamental de la vida de una filosofía, su surgimiento. A la que hay que añadir esa otra parte fundamental que es su relación con los problemas que a nosotros nos preocupan.

García del Campo ha demostrado que ambas cosas son posibles y que el resultado es plenamente coherente. Y ¿cómo se hace? Se trata de entender que toda singularidad, la del individuo Spinoza y la de su filosofía en este caso, es una potencia, una acción, una relación, una intervención en un entramado de potencias, acciones e intervenciones. Es una potencia entre potencias. La historia personal de Spinoza es una intervención en una determinada coyuntura histórica. La filosofía de Spinoza es una intervención en una determinada coyuntura filosófico-histórica.

Spinoza y la multitud sitúa al lector en dos momentos históricos y geográficos distintos: las últimas jornadas de la vida de Spinoza en conversación con Lodewijk Meyer, uno de sus principales compañeros de fatigas, y los debates entre dos estudiantes de filosofía en la Barcelona de 2011 conmocionada por el 15M. Analiza así y pone en paralelo el modo en que la filosofía de Spinoza interviene en su época e interviene en la nuestra. Para ello, García del Campo privilegia el marco: intervención de Spinoza / intervención de la filosofía de Spinoza, intervenciones que no ajustan perfectamente, pero que, frotadas la una con la otra, descubren la matriz del problema que está en juego en ambas.

21 enero, 2013

Los géneros del conocimiento de Spinoza

Carlos Mendes

Spinoza describe tres géneros del conocimiento, el primero es el género del conocimiento de las afecciones o de las pasiones, el segundo es el de las relaciones o razonamiento y el tercero es el de las esencias o sabiduría y beatitud.

Estos tres géneros del conocimiento no son entes teóricos o entidades abstractas, separadas de la existencia misma, son cada uno de ellos modos o maneras de ser y obrar en la existencia, es decir, modos de la existencia en acto. Implican una descripción del por qué actúan los modos existentes de determinada manera y no de otra. No hay manera de existir por fuera de estos tres géneros del conocimiento o modos de la existencia.

Los géneros del conocimiento de Spinoza son sistemas, construcciones o composiciones de ideas, como cualquier conocimiento. Ellos mismos no son otra cosa, ni tienen otras cualidades, que las de las ideas que los componen. De acuerdo a las ideas que formamos en nuestra mente es el mundo en el que transcurre nuestra existencia.


Primer género del conocimiento

Las ideas del primer género del conocimiento expresan al cuerpo como aquello por lo que ellas son concebidas, es decir, recibidas. Expresan las afecciones del cuerpo, del que son ideas, pero nada expresan sobre las causas de esas afecciones.

Estas ideas de nuestra mente son concebidas por las afecciones del propio cuerpo, son su efecto, dichoso o desdichado, expresan dichas o desdichas del cuerpo existente en acto. Dependen absolutamente de las afecciones o pasiones corporales, son ideas pasión o ideas afección (affectio).

Para Spinoza, estas ideas son absolutamente inadecuadas, en el sentido que nada expresan sobre la naturaleza de sus causas. La adecuación (ad-ecuación) surge de una ecuación elemental y primera, causa=efecto, a toda causa le corresponde un efecto, y viceversa, todo efecto corresponde a una causa, lo adecuado o inadecuado de una idea está en relación con aquello que expresa sobre su causa.

En las ideas del primer género, causa y efecto se encuentran adheridos, pegoteados e indiscriminados. Sólo expresan al cuerpo como efecto de una afección, pero nada conocen ni pueden expresar sobre las causas de la afección del cuerpo del que son ideas. Sólo expresan la naturaleza del ideando, pero nada expresan sobre la naturaleza de la idea, ni sobre su causa.

Estas ideas son absolutamente finitas por su causa, desaparecen instantáneamente cuando desaparece la afección corporal o el cuerpo mismo del que son ideas. Es la gacela que huye por el olor o la visión del tigre, pero cuando el tigre no está, para ella no existe.

Las ideas del primer género, ideas afección o ideas pasión, sólo se pueden padecer, son afecciones pasivas. Expresan las afecciones del propio cuerpo, del que son ideas y que es su causa, pero nada expresan sobre las causas de esas afecciones. Provocan reacciones instantáneas ante la afección corporal, pero no hay en ellas nada que permita provocarlas o evitarlas, no hay memoria, ni registro de la propia existencia, más allá de la perseverante y persistente afección corporal instantánea. Las criaturas que existen en el primer género del conocimiento, viven un eterno aquí y ahora, sin idea alguna del pasado ni futuro.

En este estado de cosas existir es padecer y dejar de padecer es dejar de existir (E5p42esc). Estas ideas son absolutamente corporales, pura emocionalidad o afección corporal sin racionalidad alguna. Las dichas y desdichas del primer género son absolutamente corporales, puro choque de cuerpos y azar de los encuentros, la carencia de racionalidad impide todo intento de organización de los encuentros en la existencia, el primer género del conocimiento es una cárcel inexpugnable de padecimientos, dichosos o desdichados, es la cárcel de la mismidad. A este género del conocimiento corresponden todas las criaturas cuyas mentes nunca acceden a la razón.

14 enero, 2013

Parábola de un rostro more geometrico

Jorge Luis Borges

En 1978, Jorge Luis Borges pasó por México y accedió en una entrevista de Enrique Krauze a hablar sobre su relación con Baruch de Spinoza. Entre otras resonancias, afirmó:

Quizá la obra de todo escritor sea eso --una imagen muy vívida de sí mismo-- y Spinoza nos ha dejado una imagen vívida, él que no se proponía ser vívido absolutamente… Hay una página en prosa mía y es esta: un hombre se propone dibujar el universo. Tiene una pared, que nada nos cuesta imaginar como infinita, adelante, y en ella va dibujando anclas, torres, espadas, etc… Y luego llega así el momento de su muerte. Entonces ve ese vasto dibujo. Le es dado ver ese dibujo infinito y ve que ha dibujado su propia cara. Ahora, yo creo que eso es lo importante en un escritor. Es el caso de Spinoza.

Todo eso ha ido dibujando su cara…

Vuelta, vol. 3, no. 29, 1978, p. 31.

07 enero, 2013

Pinturas de un rostro inexistente

Michel Onfray

Hay muchos retratos de Spinoza, pero ninguno fiable… Su primer biógrafo, Colerus, hace de él una descripción verbal: tiene el aspecto de un judío portugués, tez morena, cejas negras, cabellos rizados. Algunos lo reconocen bajo los rasgos del arpista arrodillado ante el rey de la pintura de Rembrandt David tocando el arpa ante Saúl (1665). Otros hablan del geógrafo de Vermeer, vestido con una bata de tejido verde, escrutando con la mirada un mapamundi en una sala mil veces más lujosa que las modestas habitaciones de Spinoza.

Juan Colerus, pastor protestante que, a veces a regañadientes, sigue a su modelo hasta las más altas cimas de su genio, cuenta que acostumbraba a dibujar retratos, los que más tarde fueron encuadernados en un pequeño libro que se perdió. En este álbum había un hombre en camisa, con una red de pescador al hombro, la mirada triste y un mapa de Sicilia al fondo [véase el grabado de Masaniello]. Se ha hablado de un autorretrato… pero no hay nada seguro. La comparación de los grabados de supuestos retratos del filósofo acaba de embrollar aún más la búsqueda por las notables diferencias que hay entre ellos. Spinoza sigue sin tener rostro.

Michel Onfray, Los libertinos barrocos. Contrahistoria de la filosofía III, Anagrama, Barcelona, 2009, p. 231.

01 enero, 2013

La escritura del Dios

Jorge Luis Borges


Jorge Luis Borges quiso escribir un libro sobre Spinoza, para lo cual reunió una profusa bibliografía sobre el autor de la Ética. ‘Me he pasado la vida explorando a Spinoza’ --confesó Borges. ‘Junté los materiales y luego descubrí que no podía explicar a otros lo que yo mismo no puedo explicarme’ –admitió con reserva. Nunca escribió este libro. Sin embargo, en uno de sus juegos paradójicos con la realidad, Borges se proclama autor de un libro imaginario publicado en el futuro, cuyo título es Clave de Baruch Spinoza. El título de ese libro virtual de suyo sugiere diversos significados. Uno de ellos es que la formulación debe entenderse, en sentido amplio, como la expresión musical: ‘clave de sol…’. Así, la ‘clave de Baruch Spinoza’ sería una operación para fijar un cierto tempo de pensamiento.

Más sensible a la tonalidad y al ritmo de la filosofía de Spinoza, Borges se acerca al judío holandés de una forma tan original que acaba haciendo accesible lo inefable, tanto al hombre profano como al filósofo profesional. De ahí que no hay duda en considerarlo un auténtico spinoziano. He aquí un botón de muestra de esa interpretación borgesiana de la sinfonía del infinito de Spinoza, el relato ‘La escritura del Dios’, de El Aleph, en clave de Baruch Spinoza.


A Emma Risso Platero

La cárcel es profunda y de piedra; su forma, la de un hemisferio casi perfecto, si bien el piso (que también es de piedra) es algo menor que un círculo máimo, hecho que agrava de algún modo los sentimientos de opresión y de vastedad. Un muro medianero la corta; éste, aunque altísimo, no toca la parte superior de la bóveda; de un lado estoy yo, Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom, que Pedro de Alvarado incendió; del otro hay un jaguar, que mide con secretos pasos iguales el tiempo y el espacio del cautiverio. A ras del suelo, una larga ventana con barrotes corta el muro central. En la hora sin sombra se abre una trampa en lo alto, y un carcelero que han ido borrando los años maniobra una roldana de hierro, y nos baja en la punta de un cordel, cántaros con agua y trozos de carne. La luz entra en la bóveda; en ese instante puedo ver al jaguar.

He perdido la cifra de los años que yazgo en la tiniebla; yo, que alguna vez era joven y podía caminar por esta prisión, no hago otra cosa que aguardar, en la postura de mi muerte, el fin que me destinan los dioses. Con el hondo cuchillo de pedernal he abierto el pecho de las víctimas, y ahora no podría, sin magia, levantarme del polvo.

La víspera del incendio de la pirámide, los hombres que bajaron de altos caballos me castigaron con metales ardientes para que revelara el lugar de un tesoro escondido. Abatieron, delante de mis ojos, el ídolo del dios; pero éste no me abandonó y me mantuvo silencioso entre los tormentos. Me laceraron, me rompieron, me deformaron, y luego desperté en esta cárcel, que ya no dejaré en mi vida mortal.

Urgido por la fatalidad de hacer algo, de poblar de algún modo el tiempo, quise recordar, en mi sombra, todo lo que sabía. Noches enteras malgasté en recordar el orden y el número de unas sierpes de piedra o la forma de un árbol medicinal. Así fui revelando los años, así fui entrando en posesión de lo que ya era mío. Una noche sentí que me acercaba a un recuerdo preciso; antes de ver el mar, el viajero siente una agitación en la sangre. Horas después empecé a avistar el recuerdo: era una de las tradiciones del dios. Éste, previendo que en el fin de los tiempos ocurrirían muchas desventuras y ruinas, escribió el primer día de la Creación una sentencia mágica, apta para conjurar esos males. La escribió de manera que llegara a las más apartadas generaciones y que no la tocara el azar. Nadie sabe en qué punto la escribió, ni con qué caracteres; pero nos consta que perdura, secreta, y que la leerá un elegido. Consideré que estábamos, como siempre, en el fin de los tiempos y que mi destino de último sacerdote del dios me daría acceso al privilegio de intuir esa escritura. El hecho de que me rodeara una cárcel no me vedaba esa esperanza; acaso yo había visto miles de veces la inscripción de Qaholom y sólo me faltaba entenderla.