Lo que permanece vivo en la filosofía de Baruch de Spinoza (1632-1677) es el caudal de realidades que le preocuparon y los problemas que tales realidades le plantearon, es decir, las preguntas que motivaron radicalmente su pensamiento. Si bien sus respuestas fueron necesariamente limitadas a su tiempo y a su situación, la forma misma de tales respuestas comprende una problemática evolutiva que alcanza y se instala en nuestro horizonte filosófico contemporáneo. Según Antonio Negri, las razones para afirmar la contemporaneidad de Spinoza no sólo son razones positivas, sino problemáticas. Hoy en día estas razones problemáticas hacen importante y valioso el estudio del pensamiento de Spinoza.
En The Savage Anomaly (University of Minnesota Press, Minneapolis, 1991), Negri inicia su análisis de la filosofía de Spinoza a partir de la idea que su metafísica representa la polaridad de una relación de fuerzas antagonistas: fuerzas y relaciones que experimentan una tendencia de contradicciones y conflictos. En este marco antagónico, la metafísica de Spinoza es la anomalía del materialismo, del ser que actúa y que, constituyéndose a sí mismo, plantea la posibilidad --ontológica y política-- de transformar el mundo, así como interrumpir la continuidad del tiempo homogéneo y milimetrado.
Ahora bien, siguiendo a Negri en su ensayo “Spinoza: Five Reasons for His Contemporaneity” (véase Subversive Spinoza, Manchester University Press, Manchester, 2004), he aquí las razones de la contemporaneidad de la filosofía de Spinoza:
Primera. Spinoza funda el materialismo moderno en su más alta expresión, es decir, determina el horizonte propio de la especulación filosófica moderna y contemporánea, que es el de una filosofía del ser inmanente como negación de todo orden previo a la constitución del ser y el obrar humano. El materialismo spinozista no supera, sin embargo, los límites de una concepción puramente “espacial” --galileiana-- del mundo. Spinoza intenta destruir los límites de tal concepción, pero no alcanza una solución, sino que deja irresoluto el problema de la relación entre las dimensiones espaciales y temporales del ser. La imaginación --esa facultad espiritual que recorre el sistema spinoziano—, aún en su forma más creativa y dinámica, constituye el ser en un orden que sólo es temporal.
Segunda. Spinoza describe el mundo como absoluta necesidad, como presencia de la necesidad. “Todas las cosas de la Naturaleza acontecen con cierta eterna necesidad”. (E1a) Pero esta misma presencia es contradictoria. Por un lado, restaura inmediatamente para nosotros la necesidad como contingencia, la absoluta necesidad como absoluta contingencia –dado que la absoluta contingencia es la única manera de afirmar el mundo como horizonte ético. Por el otro, el movimiento del ser expresado a través de las catástrofes del ser: lo que es, pero puede no ser; lo que es así, pero puede ser de otro modo. Se trata de la presencia del ser en los márgenes de la vida cotidiana y su necesidad dada como contingencia, tal es la paradoja de esta necesidad. Estamos en un orden de contingencia, y a esta contingencia le corresponde, precisamente, la libertad.
En Spinoza el sentido de las catástrofes del ser elimina todo determinismo hasta sus últimos vestigios. La necesidad del ser como conatus de ninguna manera sostiene el determinismo. Al contrario, es la absoluta contingencia. Sólo ahora podemos entender la completa significación del hecho que la necesidad es libertad. Abrazamos el mundo como libertad –este es el sentido de las catástrofes del ser que nos han sido restauradas como posibilidad de libertad y creación.
Así, Spinoza nos enseña a hacer una distinción en el mundo ético: la alternativa entre vida y muerte, entre construir o destruir. Cuando el poder ético se articula a sí mismo en la absoluta contingencia del ser, este movimiento se orienta necesariamente por las razones de la vida en contra de aquellas de la muerte. “El hombre libre en ninguna otra cosa piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”. (E4p67) La acción ética será pues una acción de construcción en el corazón del ser --en tensión hacia lo singular y lo complejo. La radicalidad de la alternativa ilumina el drama e intensidad de la elección ética que se convierte en el pathos de la política: la imaginación creativa en oposición al orden de la muerte. “Los hombres libres se guían más por la esperanza que por el temor, mientras los hombres subyugados se guían más por el temor que por la esperanza; los primeros desean vivir, los últimos simplemente evitar la muerte”. (TP5,6)
Tercera. Spinoza describe la imaginación creativa como un poder ético, es decir, como la facultad que guía la construcción y el desarrollo de la libertad. Es la historia res gestae, la historia de la construcción y desarrollo de la libertad, y la articulación de su razón interna: naturalizar y racionalizar la acción humana. La razón que nos sitúa en la determinación radical de la elección ética: el esfuerzo (conatus) a perseverar en el ser. La ética descubre y reconoce la cualidad de la existencia humana, la tendencia a existir --ya sea hacia la vida o hacia la muerte--, como la determinación fundamental. Pero éstas no son sólo palabras, son seres, realidades ontológicas que desarrolla la imaginación creativa.
Spinoza excluye el tiempo-como-medida. Él aprehende el tiempo de la vida. El tiempo no es medida sino ética. Para Spinoza, el tiempo sólo existe como liberación. El tiempo liberado se convierte en imaginación creativa, en imaginación realizada. Pero el tiempo liberado no es devenir ni dialéctica, sino ser que se hace a sí mismo en la continua elección ética que fluya con el tiempo de la vida. La elección radical no es historia rerum gestarum (historia como conocimiento abstracto) sino historia res gestae (historia como saber vital), es decir, la afirmación de la necesidad de ser, del poder de ser. “Cada cosa, en cuanto está en ella [en cuanto es en sí], se esfuerza por perseverar en su ser”. (E3p6)
Cuarta. El concepto spinozista de amor y cuerpo. La expresión del ser comprende un gran acto sensual que comprende el cuerpo y la multiplicidad de cuerpos. Ser significa participar en la multiplicidad. “Lo que dispone al cuerpo humano de tal suerte que pueda ser afectado de muchísimos modos, o lo que lo vuelve apto para afectar los cuerpos externos de muchísimos modos, es útil para el hombre; y tanto más útil cuanto más apto vuelve al cuerpo para ser afectado y para afectar a los otros cuerpos de muchísimos modos; y, por el contrario, es nocivo lo que vuelve al cuerpo menos apto para eso”. (E4p38)
Para Spinoza, el ser es fuente de emanación, esto es, fuente de una realidad de la que emana otra realidad ad infinitum. Este nuevo ser se nos ofrece a través de mil y una acciones singulares de cada ser, es decir, cada uno de nosotros juega un papel en el desarrollo del ser. El amor estrecha seres diferentes; es un acto que une cuerpos y los multiplica, dándoles nacimiento y reproduciendo su esencia singular. Si no estuviéramos inmersos en esta comunidad amorosa de cuerpos, de átomos vivientes, nosotros no existiríamos. Así, nuestra existencia es siempre colectiva en sí misma. En contra del solipsismo y el individualismo está la superabundancia del ser que ha elevado la fuerza de los deseos más allá de toda medida. “El deseo [cupiditas] es la esencia misma del hombre, esto es, el esfuerzo con que el hombre se esfuerza por perseverar en su ser”. (E4p18d) El deseo es así el cimiento del amor y el ser.
Quinta. Otra razón de la contemporaneidad de Spinoza es el heroísmo de su carácter filosófico. Ni el coraje de Giordano Bruno ni el vértigo de Blas Pascal, sino la serena lucidez de Spinoza. Gilles Deleuze lo llama “el príncipe de los filósofos”. Es el heroísmo de la imaginación, de la acción y el deseo de libertad; el heroísmo del descubrimiento intelectual, que exige una lúcida fuerza de clarificación e imaginación teórica. En Spinoza, la resistencia y la dignidad, el rechazo de la agitación de una vida sin sentido, la independencia de la razón, no son preceptos morales, sino un teorema ético.
En suma, Spinoza pensó --parafraseando a Deleuze--, el afuera y el adentro del pensamiento, el afuera no exterior y el adentro no interior. Lo que no puede ser pensado y no obstante debe ser pensado. Spinoza no se entregó a la trascendencia, el devenir o la dialéctica, al contrario, mostró, estableció, pensó la posibilidad de lo imposible: el misterio del ser inmanente.
alm
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