Rafael Narbona
Texto publicado originalmente en El Cultural, 5 de julio, 2022.
Su propósito no era describir o valorar el mundo, sino hacerlo inteligible. El sentimiento no es clarificador. No ayuda a conocer la verdad. Las certezas solo se obtienen mediante el razonamiento lógico. Lo personal estorba a la hora de buscar la verdad. Spinoza no suscribió todas las hipótesis de Descartes. De hecho, repudió la idea de un Dios trascendente o la existencia de dos sustancias misteriosamente coordinadas, pero es evidente que su pensamiento habría sido muy diferente sin la exaltación cartesiana de la razón y la identificación de la verdad con certezas tan indubitables como un axioma matemático.
La
única referencia autobiográfica que Spinoza deslizó en su obra
se halla al inicio de su inacabado Tratado de la reforma del entendimiento.
Ahí refiere que la experiencia le enseñó la vanidad de la gloria, las riquezas
y el placer. Dado que su principal anhelo era "gozar eternamente de una
alegría continua y suprema", concentró sus energías en la filosofía,
verdadero bien y auténtica fuente de felicidad duradera. Este planteamiento
no constituye una novedad. Se inscribe en las enseñanzas de la tradición
estoica. Séneca, Marco Aurelio y Montaigne ya habían expresado la misma idea, desdeñando las fútiles ambiciones que
esclavizan a la mayoría de los hombres, condenándolos a una insatisfacción
perpetua.
Para Spinoza, la filosofía no es algo abstracto o meramente teórico, sino un saber eminentemente práctico, pues su fin último es averiguar en qué consiste la felicidad. Aunque hizo de la impersonalidad un signo de identidad, su vocación filosófica nace de un legítimo deseo de dicha, lo cual revela que no era un frío geómetra, obsesionado con los planos, los ángulos y las curvas, sino un hombre acechado por la misma fragilidad que el resto de sus semejantes.
¿Cómo era ese hombre, que el mito representa inclinado, tallando lentes mientras el polvo de cristal invadía sus pulmones? En el prefacio que escribió para su Opera Posthuma, Jarig Jelles, uno de sus amigos y mecenas, nos cuenta que Spinoza manifestó el deseo de que su Ética se publicara omitiendo su nombre. ¿Se trataba de una petición sincera? Todo indica que sí.
Hijo
de padres judíos de origen portugués, Spinoza nació en Ámsterdam en 1632.
Algunos le consideran el "último medieval" por su estilo escolástico.
Otros opinan que fue el "primer ilustrado". Su padre, Miguel,
fue propietario de un próspero comercio de importación de frutos secos y un
miembro destacado de la comunidad judía holandesa. Se casó tres veces y
engendró cinco hijos, todos durante su segundo matrimonio. A los cinco años,
Baruch fue inscrito por su padre en la escuela "Ets Haim" (Árbol
de la vida), que enseñaba hebreo bíblico y su traducción al español.
Formado por los rabinos Saúl Leví Morteira y Menasseh ben Israel, estudió el
Antiguo Testamento y el Talmud.
La
muerte de su hermano Isaac le obligará a compatibilizar los estudios con el
trabajo en el negocio familiar. En 1654, perderá a su padre y renunciará a su
herencia para abandonar la actividad comercial. Solo reclamará una cama con su
lino para poder descansar, no sin antes litigar con sus hermanos, que intentan
despojarle de todo. Dos años después será excomulgado por sus ideas
heréticas, lo cual significará el ostracismo, el desarraigo y el
menosprecio. La sinagoga emitirá un anatema particularmente despiadado:
"Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta
y maldito sea cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando
regresa. Que el Señor no lo perdone".
¿Cómo
llegó Spinoza a convertirse en un hereje? Durante sus años de formación, lee a
Maimónides, Crescas y Gersónidas. Aunque recibe clases para ser rabino,
frecuenta los círculos cristianos. Allí encuentra maestros que le enseñan latín
y le inician en la geometría, la física y la filosofía de Descartes. Sus
lecturas e investigaciones le hacen rechazar la ley de Moisés, la idea de un
Dios personal y la inmortalidad del alma, acercándose a las tesis del
deísmo, el materialismo y el saduceísmo.
Son
las mismas convicciones por las que quince años atrás fue excomulgado Uriel da
Costa, que incapaz de soportar la expulsión se suicidó, disparándose dos balas.
La primera falló; la segunda, acabó con su vida. A diferencia de Spinoza, Uriel
se retractó y aceptó ser azotado y pisoteado en la sinagoga para ser exonerado
y readmitido en la comunidad, pero la humillación desbordó su resistencia
psicológica. En su autobiografía, Exemplar humanae vitae, narró que su
arrepentimiento fue fingido, pues nunca cambió de ideas.
Spinoza
nunca manifestó el deseo de ser perdonado por los rabinos,
cuya influencia en las autoridades civiles logró que a la pena de excomunión se
añadiera la de destierro por blasfemo. Se estableció en Voorburg, a media legua
de La Haya, y se relacionó con los círculos de menonitas y colegiantes
(protestantes liberales de convicciones pacifistas). Su temperamento cordial y
discreto, su inteligencia y su desinterés por los bienes materiales le
granjearon muchas amistades. Admirador de Jan de Witt, Gran Pensionario
de las Provincias Unidas, y su hermano Cornelio, que habían promovido la
libertad de pensamiento y la tolerancia religiosa, escribió una nota de repulsa
cuando una multitud los asesinó cumpliendo órdenes de Guillermo III de
Inglaterra. No está claro si la dejó en el lugar de los hechos o si el
hospedero impidió que saliera a la calle para proteger su vida.
Enfermo
de tuberculosis, Spinoza murió en 1677 con cuarenta y cuatro años. Su vida
ordenada le permitió escribir seis obras –algunas inacabadas– y una nutrida
correspondencia. Su Ética demostrada según el orden geométrico es una de
las obras más importantes del siglo XVII y uno de los grandes clásicos de la
filosofía. Para muchos es un auténtica "consolación de la filosofía"
compuesta por un santo laico. Conviene aclarar que la santidad de Spinoza no
tiene nada que ver con la ética cristiana, pues el filósofo judío considera
que la compasión es indeseable por su efecto perturbador. Obrar éticamente no
significa afligirse con la desgracia ajena, sino combatir las injusticias que
la provocan. No por humanidad, sino por un imperativo racional.
El
Dios de Spinoza es un Dios sin un rostro humano. No es padre ni se
encarnó y, por supuesto, no creó al hombre a su imagen y semejanza. Toda imagen
o representación de Dios solo es una proyección de nuestra imaginación. Dios es
irrepresentable, pues está más allá de nuestra experiencia. Solo podemos
conocerlo mediante un esfuerzo del pensamiento puro. El escaso interés de
Spinoza por el arte –solo lo menciona una vez en la Ética– muestra que
su filosofía creció al margen de la influencia griega y mediterránea. Con
dominio de distintos idiomas (holandés, latín, español, hebreo), nunca se
adscribió a ningún grupo o capilla. Su relativo aislamiento siempre le pareció
una garantía de libertad.
Gracias
a esa posición periférica, no le costó romper con la imagen tradicional de
Dios, pero no lo hizo con un lenguaje nuevo, sino reinventando el que ya había
empleado la escolástica. Para Spinoza, Dios es causa de sí, lo cual
significa que su esencia implica la existencia, "o lo que es lo mismo,
aquello cuya naturaleza solo puede concebirse como existente". Dios es
"un ser absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de
infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e
infinita". Es libre, pues "existe en virtud de la sola necesidad de
su naturaleza" y obra exclusivamente por sí mismo, sin que nada determine
su despliegue. Es eterno porque su existir no se corresponde con la duración,
que posee comienzo y fin.
Hasta
aquí, Spinoza parece mantenerse dentro del canon de la teología judía y
cristiana, pero no tarda en aclarar que Dios es material e indistinguible de
la Naturaleza. De hecho, utiliza la expresión Dios sive Natura. "El ser eterno e infinito al que llamamos
Dios o Naturaleza obra en virtud de la misma necesidad por la que existe
–escribe en la Ética–. Así, pues, la razón o causa por la que Dios, o
sea, la naturaleza, obra, y la razón o causa por la cual existe, son una sola y
misma cosa". Dios es la única sustancia, es decir, lo único que "es
en sí y se concibe por sí, es decir, aquello cuyo concepto puede formarse
independientemente del concepto de otra cosa".
Dios
es simultáneamente principio creador (Natura naturans) y realidad creada
(Natura naturata). No crea por un acto de voluntad, sino por
necesidad. Crear está en su naturaleza. Si no fuera así, no sería Dios. La
asimilación de Dios y la Naturaleza acarreó a Spinoza la acusación de
panteísmo, lo cual no es cierto en el sentido tradicional, y ateísmo, algo
también infundado. El filósofo holandés nunca creyó que todo estuviera lleno de
dioses y su materialismo no careció de una dimensión espiritual. Eso sí, su
espiritualismo fue de carácter puramente intelectual.
Spinoza
considera un acto de ignorancia distinguir entre creador y creación. Dios no
es un artífice y la Naturaleza, el artefacto que ha creado. Esa distinción
solo es una ficción. Si Dios se distinguiera de la Naturaleza, se hallaría
limitado por algo externo con atributos propios y diferentes. No hay causas
sobrenaturales o trascendentes. Solo hay un sistema único y omnicomprensivo al
que llamamos Dios o la Naturaleza. Carece de sentido imaginar algo fuera de ese
sistema. Se trata de un sistema eterno, pues carece de fin o principio, algo
que algunos científicos ya han apuntado para explicar el universo.
El
panteísmo de Spinoza está más cerca del programa de una ciencia unificada que
de concepciones místicas, mágicas o animistas. Su argumento central es que todo
cambio natural es un efecto determinado por un sistema de causas. Spinoza es
ateo si eso significa no creer en un Dios personal. Sin embargo, no es ateo
si esa expresión conlleva negar la existencia de lo infinito y la posibilidad
de participar en él.
La
fuerza creadora de Dios está presente en todas las cosas. Es el conatus que
incita a la vida y que experimentamos como una urgencia, pero que también
podemos conocer por medio de la reflexión. Al percibirlo, descubrimos nuestra
conexión con la totalidad de la Naturaleza o, lo que es lo mismo, con Dios. Lo
místico no es una alteración de conciencia, sino un ejercicio de comprensión.
Spinoza
llama "amor intelectual de Dios" a ese estado de conocimiento donde
comprendemos el orden de la Naturaleza. No es un mero conocimiento teórico,
sino beatitud, perfección espiritual. La religión filosófica de Spinoza
consiste en ser consciente de que la diversidad no es simple proliferación,
sino abundancia vinculada a la potencia creadora de la Naturaleza. Descubrir
ese hecho constituye es la mayor forma de alegría y no conlleva ninguna forma
de penitencia ni arrepentimiento. El Dios de Spinoza no vela por nosotros ni
garantiza la perennidad de nuestro ser, pero nos hace más libres, dignos y
sabios.
Spinoza
deseó ser invisible. No escribió para la gloria de su nombre, sino para ayudar
a sus semejantes a comprender mejor la realidad y a gozar de mayor libertad.
Aunque era determinista, creía que conocer las causas de nuestros actos nos
ayuda a incrementar nuestra capacidad de autodeterminación. Su Dios carecía de
rostro, pero se hallaba en todas partes: en los astros, en las lentes que
pulía, en los canales de la dulce Holanda, en las palabras que enlazaba con
rigor geométrico. Spinoza no logró ser invisible. Su obra no ha dejado de
leerse y estudiarse desde su muerte. No alcanzó esa inmortalidad personal
en la que no creía, pero sí la eternidad reservada a las ideas que mejor han
desentrañado la realidad. Imagino
que se sentiría satisfecho.
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