01 diciembre, 2007

¿Qué es la política?

El siglo XX fue el siglo de la política por antonomasia. André Malraux decía que la política moderna había reemplazado al destino. Nuestro destino es la política y nuestra tragedia es la política. Ahora, en los inicios del nuevo siglo, ya no sabemos qué es la política. Troquelados por la modernidad capitalista, nos hemos convertido en individuos conformistas, pasivos e indiferentes, por ello ahora nos vemos inercialmente sujetos a las fuerzas materiales del capital y el mercado. Y porque además somos ignorantes y ciegos, y no sabemos lo que es la política, estamos sometidos a la simple reproducción de la vida económica. Porque el poder actualmente es el poder de las finanzas y el comercio. Inclusive los propios gobiernos, supuestamente soberanos, están subordinados al capital y al mercado. Karl Marx decía, en 1848, que “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes [del capital]”. Hoy día eso sigue siendo cierto. De ahí cuando votamos sólo estamos reemplazando a un empleado del capital por otro empleado del capital.

Ahora bien, el Estado moderno representativo es la forma exclusiva de ejercicio del poder político; es la forma de dominación ideológica, control social y violencia organizada del poder sobre los grupos mayoritarios. Y uno de sus recursos de dominación y control social es precisamente la administración de las elecciones. El Estado, acompañado de su hegemonía “democrática”, es el que decide cuándo y dónde se va a votar, así como el que sanciona el resultado electoral. Pero, ¿es el voto en sí mismo una verdadera decisión, una verdadera opción? La respuesta es no. Una verdadera opción, una verdadera decisión, es un acto libre en su forma y en su contenido. Libre en su forma porque no es otro sino el demos el que decide cuándo y dónde se va a actuar; y libre en su contenido al poseer la capacidad de poner en crisis el status quo que no debe seguir repitiéndose, o en palabras de Walter Benjamin, “colocar al presente en una situación crítica” con vistas a transformar las contradicciones sociales (desigualdad, injusticia, discriminación, explotación, corrupción, violencia).

Entonces, ¿el voto es un acto político? Siguiendo a Alain Badiou, el voto en sí no es un acto político, sino un acto estatal. La diferencia entre uno y otro consiste en que el voto estatal --sin negar su importancia-- no es un verdadero momento de libertad, es más bien una comprobación. En las elecciones lo que se hace es comprobar que el estado de cosas sigue su curso. Y nosotros participamos en esta comprobación. En cambio, el acto político es un acto libre, tanto en su forma como en su contenido. El acto político crea un tiempo y un espacio que no dependen del tiempo y espacio del poder dominante, su objetivo no es el Estado ni el poder. Al contrario, es un acto que interrumpe la continuidad del poder, que hace estallar en el presente la reproducción de las relaciones de dominación y subordinación.

Pero el problema es saber si actualmente queremos y sabemos construir ese tiempo y espacio políticos. ¿Es posible no seguir siendo esclavos modernos del capital y del mercado? Esta es una definición posible de la política, es decir, la posibilidad de liberarnos de la condición de esclavos y subordinados. Si la política existe verdaderamente, entonces la política es el horizonte de lo posible, es la política para la libertad. Aquí entendemos el concepto de política para la libertad como el marco de orientación y realización de valores políticos comunes, deseables para el todo social, esto es, dignos de ser estimados por cualquiera, y objetivos, válidos para todos los miembros de la sociedad, esto es, fundados en razones objetivamente suficientes: libertad, igualdad, justicia, tolerancia, solidaridad, seguridad, paz. Así, la pregunta urgente que hay que plantearnos es si lo posible, ¿es posible? Porque las leyes del capital y el mercado señalan que la política para la libertad es imposible. Lo único que existe --lo real-- es la economía, el mercado y el voto. El resto no es más que una utopía, un sueño arcaico, o peor aún, una ilusoria distracción de los problemas “reales” de la sociedad.

¿Qué quiere decir que lo posible es imposible? Desde el ambiguo discurso del poder lo único que vale son los intereses de la economía capitalista y las reglas de la democracia representativa utilitarista. Se nos adoctrina que no puede criticarse la economía capitalista porque la economía es la realidad. Y criticar la realidad sería tan absurdo como criticar el clima. También se nos adoctrina que no es válido criticar la democracia representativa porque la democracia es un valor moral, un valor social. Y criticar la democracia sería tanto como criticar el derecho de los hombres de concurrir libremente a votar --mas no a participar realmente en las decisiones públicas que nos afectan.

Lo único realmente existente son los negocios, el dinero, el empleo, la vida privada; en una palabra, que cada individuo se dedique a su tarea. La política para la libertad es imposible. Esto es precisamente lo que los depredadores de la res publica le dicen en sordina a los grupos subordinados de la sociedad: nosotros, los que tenemos la habilidad para gobernar, sabemos que la política para la libertad es imposible, pero, en compensación, sí sabemos administrar el tiempo y el espacio públicos, por eso: ¡Vota así! Aquí está claro que la meta de la democracia electoral es la despolitización, “que las cosas mantengan su normalidad”, es decir, que se conserve la inercia del status quo. Al respecto Benjamin afirmaba a contracorriente que la verdadera catástrofe de nuestro tiempo no es lo inminente, sino que el actual estado de cosas “siga sucediendo” (barbarie, marginación, miseria).

Entonces, si el poder expresa la estructura elemental de la dominación, ¿estamos condenados a desplazarnos dentro del tiempo y espacio del poder? No, nuestra primera acción consiste justamente en decir “no” al poder, dar inicio a una actitud de resistencia a la dominación y subordinación. Lo que hay que afirmar es que “la política para la libertad es posible”. Ciertamente, ésta es débil, pero puede fortalecerse; es poco frecuente, pero puede dar lugar a un gran movimiento de cambio en la sociedad; el tiempo y el espacio políticos son posibles. Nuestra tarea es inventar la política, pensar sobre las nuevas condiciones de la política, pensar la política en sí misma, esto es, debatir, discutir y poner en práctica la política en sí misma. Este modo de pensar y actuar la política ha dado lugar, en la historia, a tiempos y espacios políticos, por ejemplo, en Polonia, el movimiento obrero Solidaridad trastoca el orden establecido al obtener el reconocimiento de la nomenklatura como un actor político en igualdad de condiciones.

Luego, ¿es posible interrumpir el mecanismo del poder, al menos temporalmente? Jacques Rancière sostiene que esa interferencia se produce realmente, y que ella constituye incluso el núcleo de la política, esto es, el acto político propiamente dicho. Esta idea está en consonancia con el concepto de historia como interrupción en Benjamin, quien afirmaba que el núcleo de la historia de los oprimidos no está en la continuidad del curso del tiempo, sino en sus interferencias: allí donde estalla algo verdaderamente nuevo, una nueva experiencia, una nueva constelación política: “La conciencia de hacer saltar el continuum de la historia... en el momento de su acción”.

¿Qué es pues la política propiamente dicha? Según Rancière, es un fenómeno que apareció por primera vez en la antigua Grecia, cuando los miembros del demos --los individuos que no tenían ningún lugar determinado en el edificio social jerárquico, los marginados-- exigieron no sólo sus demandas inmediatas, concretas, sino que se los escuchara por quienes ejercían el poder y el control social. Pretendían que su voz se escuchara, fuera reconocida en la esfera pública, a igual título que la voz de la oligarquía y la aristocracia gobernantes. Más aún, ellos, los marginados, se presentaron como los representantes del todo social, de la verdadera universalidad: “Nosotros, la nada no contada en el orden, somos el pueblo, somos el todo, contra los otros que solo representan sus intereses privilegiados, particulares”.

El conflicto político nace de la tensión entre el cuerpo social estructurado, en el cual cada parte tiene su lugar y función, y la parte excluida que perturba ese orden en nombre del principio de la universalidad; lo que Etienne Balibar denomina égaliberté, la igualdad de principio de todos los hombres en cuanto seres que poseen razón y lenguaje. De este modo, la política propiamente dicha siempre involucra una especie de cortocircuito entre el universal y lo particular: la paradoja es que aparece un singular como sustituto del universal, un singulier universel, desestabilizando el orden funcional “natural” de las relaciones sociales establecidas: “Nosotros somos el pueblo, el pueblo de todos”. Esta identificación de la no-parte con el todo, de la parte de la sociedad que se resiste a ocupar el lugar de marginado y subordinado, con lo universal, es el gesto elemental de la politización, discernible en todos los grandes acontecimientos democráticos, desde la Revolución Francesa, pasando por los movimientos de liberación encabezados por Gandhi que dijo “no” a la dominación inglesa en India, King actuando contra la segregación racial en Estados Unidos, Mandela fundando una nueva nación al negarse al apartheid en Sudáfrica, hasta el derrumbe del “socialismo real” en Europa, sin olvidar la rebelión de los indígenas zapatistas en México.

En suma, la aparición en la lucha política propiamente dicha de un singulier universel, es decir, de un sujeto político que representa la universalidad, apunta a lograr justamente que la propia voz sea escuchada y reconocida como la voz de un actor político legítimo y responsable, libre y activo. Así, este sujeto político busca reivindicar su universalidad, es decir, busca alcanzar la politización de su propio destino al interior del debate social en condiciones de igualdad y libertad.

De este modo, la tarea de la política para la libertad es recuperar el movimiento plural de la sociedad, originar una práctica política que ponga en crisis las versiones ritualizadas y vacías de lo político, y enriquecer el espacio y tiempo políticos desde la perspectiva, esto es, desde la memoria y experiencia, de los grupos sociales dominados y marginados.


Alfredo Lucero-Montaño

1 comentario:

Unknown dijo...

Según Rancière el gobierno (entendido como el ejercicio legítimo del poder) y sus formas (la oligarquí según el ejemplo) son anteriores a la política, ¿es eso posible?, ¿podemos disasiciar una de la otra?, ¿no es acaso el gobierno la forma más acabada de organización política y el ejercicio de poder público?