Texto publicado en Pensamiento de
los confines, no. 25, trad. Emmanuel Biset, Buenos Aires, 2009, 132-140. El
texto original en francés se publicó en Chantal
Jaquet, Pascal Sévérac y Ariel Suhamy (comp.), La multitude libre. Nouvelles
lectures du Traité politique, Paris, Éditions Amsterdam, 2008, 13-26.
Chantal Jaquet
Quienquiera que se interese en la recepción de los sistemas de
pensamiento no puede dejar de sorprenderse de la suerte reservada al Tratado
político a lo largo de la historia. Mientras que el Tratado teológico-político
fue rápidamente traducido al francés, al inglés, al holandés, y circuló
clandestinamente después de su prohibición en 1674, “el Tratado Político permanece
absolutamente desconocido”[1] en Francia antes de la revolución, si se le cree a Paul Vernière, y
casi no ha suscitado comentarios después de esta época. Así, es sorprendente
constatar que en la bibliografía spinozista, establecida por Jean Préposiet y
que llega hasta 1973, ningún libro consagrado específicamente al Tratado
Político figura en el capítulo X donde se reseñan los comentarios alrededor
de la obra, mientras que el resto de las obras de Spinoza, incluso la
correspondencia y el Tratado Breve, han dado lugar a estudios tanto en
Francia como en el extranjero.[2] Ciertamente, grandes comentaristas han
analizado el pensamiento político de Spinoza y se han dedicado al Tratado[3], pero no lo han tomado como
objeto central y no han producido un estudio sistemático, parágrafo por
parágrafo, a semejanza del trabajo realizado sobre la Ética. En el
capítulo XVIII de la bibliografía spinozista, que aborda la filosofía política,
Jean Préposiet no señala ningún artículo concerniente específicamente y exclusivamente
al Tratado, aparte del estudio de Cesare Goretti “Il trattato
politico di Spinoza”[4].
En estas condiciones, ¿cómo explicar la actualidad del Tratado hoy
y comprender el pasaje desde un largo silencio a la multiplicación de
traducciones y de estudios al respecto? Antes de interrogar las razones de este
giro, es necesario notar que en cierto sentido el Tratado Político es y
siempre ha sido de actualidad. En efecto, hay actualidad y actualidad. Así,
Spinoza precisa en el escolio de la proposición XXIX de Ética V que
“concebimos las cosas como actuales de dos maneras: o bien en cuanto concebimos
que existen con relación a un tiempo y lugar determinado, o bien en cuanto
concebimos que están contenidas en Dios y se siguen unas de otras en virtud de
la necesidad de la naturaleza divina. Ahora bien, las que se conciben como
verdaderas o reales de esta segunda manera, las concebimos desde la perspectiva
de la eternidad”. Es necesario, entonces, distinguir una actualidad temporal de
una actualidad eterna. Desde este punto de vista, consideraciones inactuales
espacio-temporalmente no dejan de ser actuales eternamente. De este modo,
cualquiera que sea la suerte histórica reservada al Tratado, es de actualidad
en el sentido en que posee una necesidad y una verdad bajo el aspecto de la
eternidad. Esta observación, sin embargo, no permite eludir el problema de la
actualidad temporal del tratado, su eclipse y su resurgimiento en el primer
plano de la escena filosófica. Resta en efecto comprender el pasaje de su inactualidad
temporal a su actualidad presente e interrogarse sobre las causas de este
cambio.
Del silencio pasado al interés presente: las
razones del cambio
En su noticia sobre la recepción del Tratado político[5], Pierre-François Moreau
adelanta tres razones principales para explicar que la última obra de Spinoza
haya {132} sido silenciada. La
primera, que es la más evidente, surge del inacabamiento del Tratado y
su publicación tardía en las Obras póstumas, que le confiere un carácter
periférico y lo confina al estatuto de apéndice donde el contenido sigue
estando lejos de los grandes problemas polémicos del spinozismo, como la
crítica de la Escritura santa, el estatuto de la sustancia, la relatividad del
bien y del mal que provocaron controversias alrededor del Tratado teológico-político
y de la Ética. La segunda, proviene del hecho que el Tratado
político llama menos la atención que el Tratado teológico-político,
pues no tiene la dimensión panfletaria inherente a una cuestión tan irritante
como la libertad de filosofar, y parece volver al modo de exposición más
escolar y tradicional de los diferentes regímenes deteniéndose largamente en la
descripción de instituciones de las cuales el lector no ve inmediatamente su
justificación. La tercera razón está ligada a la presencia de una teoría del
pacto social en el Tratado teológico-político que le confiere a Spinoza
el estatuto de interlocutor de los teóricos del derecho natural y del contrato,
y lo inscribe en la línea que, de Grotius a Rousseau, se refiere a ese sistema
de categorías esencial para pensar los fundamentos de la ciudad y las
relaciones interhumanas. Ahora bien, la ausencia de tales categorías en el Tratado
político conduce a leerlo rápidamente como una simple aplicación de los
principios formulados anteriormente y a librarse de él “sin atribuirle
importancia, ni para alabarlo ni para refutarlo”[6].
Si globalmente se puede estar de acuerdo con las razones dadas por
Pierre-François Moreau, sin embargo el inacabamiento del Tratado constituye
un obstáculo que no explicaría de modo suficiente que los comentaristas y los
traductores hayan descuidado este texto durante tanto tiempo. El Tratado de
la reforma del entendimiento es, en efecto, también un texto inacabado y
publicado en las Obras póstumas, y sin embargo no tuvo la misma suerte.
Alexandre Koyré constata, en la advertencia que precede su traducción, que “El Tratado
de la reforma del entendimiento fue siempre –y con mucha razón– considerado
como una de las fuentes más importantes para el estudio del pensamiento, e
incluso –esta vez con menos razón– como la mejor «introducción al estudio de
Spinoza». Por esto fue frecuentemente editado y traducido, en francés por É.
Saisset (Paris, 1841) y por M. Ch. Appuhn (OEuvres de Spinoza, vol. I,
Garnier, Paris, s. d.)”[7]. El inacabamiento no es, entonces, necesariamente un
obstáculo para el estudio de un texto. En el caso del Tratado de la reforma
del entendimiento, por el contrario parece incluso jugar como un factor que
acrecienta la curiosidad y que contribuye a desarrollar las investigaciones,
así lo testimonian las múltiples tentativas por justificar la interrupción
brutal de la reflexión y comentar la famosa formula: “Reliqua desiderantur”,
“El resto falta”. En realidad, si el inacabamiento del Tratado político parece
perjudicial es sin duda en razón del carácter demasiado fragmentario y
particularmente decepcionante del análisis spinozista de la democracia.
Desde este punto de vista, Pierre-François Moreau tiene razón al
subrayar que los análisis del Tratado político parecen indicar una
vuelta atrás en relación a aquellos del Tratado teológico-político, pero
esto no es solamente a causa de un modo de exposición que parece más escolar y
clásico de las diferentes formas de regímenes. Desde la perspectiva de los
lectores modernos, el Tratado político, por su contenido, parece menos
innovador y mucho más conservador que el Tratado teológico-político. Por
una parte, Spinoza enfría inmediatamente los ardores revolucionarios,
precisando que “cuando dirigí mi atención (animus) a la política, no me
propuse exponer algo nuevo o inaudito, sino demostrar de forma segura e
indubitable o deducir de la misma condición de la naturaleza humana sólo
aquellas cosas que están perfectamente acordes con la práctica”[8]. Esta
denegación de la novedad, esta fidelidad a la práctica, junto con la afirmación
de la existencia de una naturaleza humana determinada, tiene que haber desconcertado
a los pensadores de la libertad que aspiran a romper con la tradición y la
experiencia pasada para inventar un hombre nuevo y formas políticas inéditas.
Por otra parte, la apología {133} de
la democracia parece menos rotunda y concluyente que en el Tratado
teológico-político. En el capítulo XVI del Tratado teológico-político,
Spinoza sostiene que el Estado democrático es “el más natural y el que más se
aproxima a la libertad que la naturaleza concede a cada individuo”[9], y deja
de lado los otros regímenes. Se explica diciendo que trató expresamente sólo la
democracia, ya que es el Estado que conviene mejor con su proyecto de defender
la utilidad de la libertad en la República. Es en nombre de este objetivo bien
delimitado que se eximió de hablar de los fundamentos de otros tipos de
soberanía[10]. Al mismo tiempo, Spinoza aparece como el poeta de la democracia
y un lector poco atento podría creer que rechaza los otros tipos de régimen, o
al menos que apenas tiene consideración por ellos. En cambio, en el Tratado
político, en el cual el objeto implica el examen tipológico de los
regímenes, el privilegio acordado a la democracia se atenúa no solamente en
razón del carácter incompleto del capítulo XI interrumpido por la muerte de
Spinoza, sino por la demostración de la perfección propia de la monarquía y de
la aristocracia. Aunque no la ponen en entredicho, los análisis consagrados a
la búsqueda de los fundamentos y de las instituciones de la monarquía y de la
aristocracia perfectas, relativizan la primacía de la democracia y dejan
entender que es posible acomodarse a otras formas de régimen, y conferirles cierta
perfección actuando sobre las instituciones. Además, aunque conserva un
carácter absoluto, la democracia descripta en el capítulo XI tiene que haber
decepcionado las esperanzas de aquellos que, con la lectura del Tratado
teológico-político, habrían podido ver en Spinoza el campeón de la libertad
política y de la liberación para todos. La exclusión de los servidores y de las
mujeres atempera el entusiasmo de los espíritus progresistas, y se comprende que
ellos puedan preferir referirse al Tratado teológico-político, que
expone los principios de la democracia en su generalidad, más que al Tratado
político en el cual las aserciones problemáticas no dejan de
desconcertarlos. Es cierto que la tesis del capítulo final del Tratado político,
según la cual las mujeres no son por naturaleza iguales a los hombres y no
pueden rivalizar con ellos ni en fuerza de espíritu ni en ingeniosidad, tesis
que conduce a Spinoza a concluir “no puede acontecer, sin gran perjuicio para
la paz, que los hombres y las mujeres gobiernen por igual”[11], es molesta para
nuestra época y choca con la ideología retrospectiva de lo “políticamente
correcto”. Aquellos que aman a Spinoza y que adhieren a su pensamiento se creen
frecuentemente en la obligación de excusarlo o justificarlo y, en su defecto,
intentan eludir la dificultad y refugiarse en el silencio público. Alexandre Matheron,
así, ha demostrado gran coraje intelectual al romper este silencio esforzándose
por comprender en lugar de deplorar y poniendo en evidencia la lógica que
condujo a Spinoza a excluir del poder las mujeres y los servidores[12]. En
suma, el Tratado político puede parecer un retraso, incluso una
regresión en relación al Tratado teológico-político, de suerte que es
menos atractivo. El análisis detallado de las instituciones monárquicas y
aristocráticas, que a veces se apoya en modelos históricos pasados, puede además
parecer datado por espíritus que sufren de neopatía, o pobre para aquellos que
no ven allí más que una aplicación particular de los principios generales del
pacto social.