Diego Tatián
Diego
Tatián, “Comunidad”, en La cautela del
salvaje. Pasiones y política en Spinoza. Adriana Hidalgo (ed.), Buenos
Aires, 2001, pp. 195-217.
No obstante la burla de los satíricos, el
desprecio de los teólogos y la alabanza melancólica de la vida inculta, “de la
sociedad común de los hombres nacen muchos más beneficios que daños”; esa
“sociedad común” despeja de la vida de los hombres el estado de sometimiento
propio de la circunstancia natural, y prepara la más libre forma de existencia
humana, que llamamos aquí estado de comunidad. Éste es la conformación a la que
tiende la sociedad común en cuanto impera en ella la razón. Si, como hemos
visto, autonomía y soledad son dos conceptos contrapuestos --es decir: la
soledad conlleva heteronomia y sometimiento, no libertad--, Spinoza considera
la vida en común, ante todo, como un espacio de liberación. Un primer y más
elemental estadio social se encuentra determinado aún por nociones negativas
como las de miedo, esperanza, castigo, premio, intervenciones extrínsecas por
parte del poder común sobre los afectos de los súbditos para su despojo de
todos aquellos derechos cuyo ejercicio podrían retrotraer la existencia
colectiva a formas de libertad mínima. Sin embargo, junto a esas nociones
negativas que permiten una primera institución de lo social, Spinoza coloca una
que no lo es. Se trata de una noción, presente tanto en la parte IV de la Ética como también en los tratados políticos,
que concentra --junto a la amicitia y
la generositas-- uno de los aspectos
decisivos de la forma política pensada como comunidad de las potencias en el
modo de una democracia positiva, a saber el concepto de auxilium --que tal vez pueda ser traducido por “solidaridad”.
Amistad, generosidad y solidaridad son las tres formas que el hombre libre,
siempre que le sea posible hacerlo, establece con sus semejantes.
Auxilium es el
contraconcepto de solitudo; si ésta
nos expone siempre al poder de otro,
aquél abre la posibilidad de una autonomía
común, la posibilidad de ser sui juris,
pues “sin solidaridad (mutuo auxilio)
los hombres viven necesariamente en la miseria y sin poder cultivar la razón”.
La solidaridad humana es la forma política que –si consideramos al hombre
singular-- adopta lo que en el capítulo III del TTP Spinoza había definido como
Dei auxilium externum, es decir todo
aquello que es útil al hombre para su conservación pero que no proviene de su propia
naturaleza ni de su sola actividad; en tanto que el poder divino presente en el
hombre por el cual éste persigue su propia utilidad es llamado por Spinoza Dei auxilium internum, auxilio interno
de Dios. Si consideramos ahora no ya a los hombres singularmente tomados
sino en conjunto, en tanto comunidad, las formas de solidaridad que la
constituyen como tal resultan de un poder divino interno a su propia
conformación común. La solidaridad, por consiguiente, es una manera de
afirmación de la potencia individual y colectiva, a la vez que una forma de
resistencia a todo lo que se contrapone a ella: “…los hombres se procuran con
mucha mayor facilidad lo que necesitan mediante la solidaridad (mutuo auxilio) y sólo uniendo sus
fuerzas pueden evitar los peligros que los amenazan por todas partes…” (E, IV,
35, esc.). Solidaridad y composición de fuerzas redundan pues en el estado de
comunidad, establecen los principios de una política spinozista.
La parte IV de la Ética explicita un programa según el cual los hombres puedan vivir
en la concordancia y en la solidaridad (homines
concorditer vivere et sibi auxilio esse possint) (E, IV, 37, esc. 2). Pero
Spinoza realiza allí una demarcación importante: la singularidad del concepto
de auxilium radica en que no es un
afecto, ni la resultante de un afecto, sino algo más bien propio de quien vive ex ductu rationis. En primer término
deberemos diferenciar la solidaridad de la misericordia: es necesario ser
solidario con el prójimo (proximo auxilio)
pero no por “mujeril misericordia (non ex
muliebri misericordiâ)” sino únicamente porque comprendemos su utilidad
para la vida en común; asimismo, en otro pasaje Spinoza desmarcará el auxilium de la conmiseración (commiseratio), que en cuanto tristeza es
de por sí “mala e inútil”. ¿Por qué mala? Porque sólo reproduce en quien la experimenta
la miseria que la motiva; sume en la tristeza, impide el pensamiento, inhibe la
actividad. ¿Por qué inútil? Porque al igual que el odio, la burla o el
desprecio, se trata de una pasión derivada de la incomprensión y de la
ignorancia respecto de la necesidad de la naturaleza divina y del modo como
ésta se expresa y produce; consiguientemente, la commiseratio redunda casi siempre en perjuicio --claro que, dice
Spinoza, quien carece de solidaridad y también de conmiseración merece el
apelativo de inhumanus--: “…quien
acostumbra a ser tocado por la conmiseración y se conmueve ante la miseria o
las lágrimas ajenas, suele hacer cosas de las que luego se arrepiente, tanto
porque, si nos guiamos por el mero afecto, no hacemos nada que sepamos con
certeza ser bueno, como porque las falsas lágrimas nos embaucan fácilmente. Y
aquí hablo del hombre que vive expresamente bajo la guía de la razón. Pues
quien no es movido ni por la razón ni por la conmiseración a ser solidario con
otros, merece el nombre de inhumano que se le aplica” (E, IV, 50, esc.).