Nicolás Abbagnano
Abbagnano,
Nicolás, «Spinoza», en Historia de la
filosofía 2, Hora, Barcelona, 1994, pp. 232-252.
Caracteres del spinozismo
Descartes había reducido a un rígido mecanismo, a un orden necesario, todo el mundo de la naturaleza; pero había excluido de él al hombre en cuanto sustancia pensante. La sustancia extensa es mecanismo y necesidad, según Descartes; pero la sustancia pensante, la razón humana, es libertad, y como tal potencia absoluta de dominio sobre la misma sustancia extensa. Spinoza fija su atención sobre todo en el hombre, en su vida moral, religiosa y política; y su intención es la de reducir toda la existencia humana al mismo orden necesario que Descartes había reconocido solamente en el mundo natural. Necesidad y libertad, mecanismo y razón se distinguen y se oponen, según Descartes; se identifican, según Spinoza.
Descartes había reducido a un rígido mecanismo, a un orden necesario, todo el mundo de la naturaleza; pero había excluido de él al hombre en cuanto sustancia pensante. La sustancia extensa es mecanismo y necesidad, según Descartes; pero la sustancia pensante, la razón humana, es libertad, y como tal potencia absoluta de dominio sobre la misma sustancia extensa. Spinoza fija su atención sobre todo en el hombre, en su vida moral, religiosa y política; y su intención es la de reducir toda la existencia humana al mismo orden necesario que Descartes había reconocido solamente en el mundo natural. Necesidad y libertad, mecanismo y razón se distinguen y se oponen, según Descartes; se identifican, según Spinoza.
Spinoza pretende de este modo restablecer aquella unidad del ser que Descartes había roto con la separación de las
sustancias, unidad que le había enseñado la tradición neoplatónica, todavía
viva en la comunidad judía en que se había formado. La realidad, la sustancia
es una sola, única en su ley, único el orden que la constituye. La
característica fundamental del pensamiento spinoziano es la síntesis que ha
realizado entre la consideración metafísico-teológica y la consideración
científica del mundo. Su filosofía parte de la consideración de la naturaleza y
perfección de Dios, pero llega a una concepción del mundo que satisface todas
las exigencias de la ciencia física. La teología tradicional y la nueva ciencia
de la naturaleza se funden íntimamente en la obra de Spinoza. El punto de
fusión, el concepto central que la hace posible es el de la sustancia. Descartes había distinguido (Princ. Phil., I, 51) tres sustancias: la
pensante, la extensa y la divina; pero había tenido que reconocer que el
término sustancia tiene un
significado diverso referido a Dios o a las sustancias finitas; porque mientras
que referido a Dios significa una realidad que para existir no tiene necesidad
de ninguna otra realidad, referido al alma y a las cosas significa una realidad
que para existir solamente tiene la necesidad de Dios. Pero, para Spinoza, no
hay más que un único significado auténtico del término, y es el que tiene con
respecto a Dios. No hay otra sustancia, esto es, otra realidad independiente,
más que Dios mismo. Dios se convierte entonces en el origen, la fuente, de toda
realidad, la unidad absoluta (en el sentido neoplatónico), única de la cual
puede salir la multiplicación de las cosas corpóreas y de los seres pensantes.
De este modo, Spinoza vuelve a reducir a la unidad neoplatónica y al orden
necesario en que ella se manifiesta los aspectos de la realidad que Descartes
había distinguido y separado. Sobre todo intenta reducir a ella el mundo
humano: las pasiones y la razón del hombre y todo lo que nace de las pasiones y
de la razón: la moralidad, la religión y la vida política. Por eso se ve
forzado a negar toda separación y distinción entre la naturaleza y Dios y a
identificarlos, como ya había hecho Giordano Bruno (§ 380); se ve precisado a
considerar los decretos de Dios como leyes de la naturaleza y recíprocamente; a
quitar a la acción de Dios todo carácter arbitrario y voluntario y, por tanto,
quita al orden del mundo todo carácter finalista y, por último, identifica la
naturaleza y Dios con el orden geométrico necesario del todo. Pero al mismo
tiempo, Spinoza pretende utilizar esta filosofía de la necesidad para la
libertad del hombre, y por esto pone tal libertad no en el arbitrio, sino en el
reconocimiento del orden necesario, reconocimiento en virtud del cual el hombre
deja actuar en sí mismo la necesidad del orden divino del mundo.
En el De intellectus emendatione
que Spinoza dejó incompleto, porque los pensamientos que apuntaba hallaron su
expresión definitiva en la Etica, pero que parece una especie de Discurso del método, Spinoza declara
cuál es la finalidad de su filosofar. Esta finalidad es el conocimiento de la
unidad de la mente con la totalidad de la naturaleza. Para alcanzarla, es
menester que el hombre se conozca a sí mismo y a la naturaleza; se dé cuenta de
las diferencias, de las concordancias y de las oposiciones que hay entre las
cosas, para que vea lo que le permiten y cuál es su propia naturaleza y poder (Op., edic. Van Vloten y Land, I, p. 9).
Para este fin, el único conocimiento utilizable es aquel género de percepción
en el cual el objeto es percibido a través de su sola esencia o a través de la
noción de su causa próxima; en cambio, no pueden utilizarse los otros tipos o
clases de percepción, como son la simbólica, la producida por una
experimentación accidental y la deducida inadecuadamente de un cierto efecto.
El conocimiento necesario al hombre es el que se conforma adecuadamente a la
idea del objeto y tiene por esto en sí la garantía necesaria de su verdad. El
problema del método es el problema del camino que conduce a un conocimiento de
esta clase. El método no es, según Spinoza, la búsqueda de una contraseña de la
verdad que siga a la adquisición de las ideas, sino, antes bien, el camino para
investigar en el orden debido la verdad-misma, o sea la esencia objetiva de las
cosas. Por esto Spinoza define su método como conocimiento reflejo o idea de la idea. Y puesto que no puede darse
la idea de la idea si primeramente no se ha dado la idea, el método será el
camino por el cual la mente debe dirigirse para conseguir la norma de una determinada idea verdadera.
Pero, ¿de cuál idea verdaderamente ya dada deberá el método buscar la norma?
Evidentemente, de la idea más excelente entre todas, o sea., la del ser
perfectísimo. El mejor método será, pues, aquel que enseña cómo la mente debe
dirigirse para encontrar la norma de la idea dada del ser perfectísimo (Op., I, p. 12).
De esta manera, la determinación del método en el De intellectus emendatione ya lleva a Spinoza a poner en el centro
de su doctrina la consideración del ser perfectísimo, esto es, Dios. Y con esta
consideración comienza la Etica, cuyo
primer libro se titula "Dios". Spinoza concibe a Dios como la
sustancia única que existe en sí y es concebida por sí; esto es, que para
existir no tiene necesidad de ninguna otra realidad y para ser concebida no
necesita de ningún otro concepto. Tal sustancia es causa de sí misma en el
sentido de que su esencia implica su existencia y de que no puede ser concebida
más que como existente. Es infinita, ya que no hay ninguna otra sustancia que
la limite, y consta de infinitos atributos,
entendiendo por atributo lo que el entendimiento percibe de ella como
constitutivo de su esencia. Por esta infinidad de atributos, esto es, de la
esencia divina, deben proceder de Dios infinitas cosas de infinitos modos, de manera que, mientras Dios no
es causado por ninguna causa y es causa
sui, es causa eficiente de todo lo que es. Todo lo que existe es, pues, un modo, esto es, una manifestación de
Dios. Natura naturans es la sustancia
misma, esto es, Dios, en su esencia infinita; natura naturata son los modos, esto es, las manifestaciones
particulares de la esencia divina.
De estas tesis fundamentales se sigue que nada puede existir fuera de Dios ni nada puede existir sino
como modo de Dios. Pero Dios no
produce los infinitos modos con una acción creadora arbitraria o voluntaria.
Todo deriva de Dios en virtud solamente de las leyes de su naturaleza; y la
libertad de la acción divina consiste precisamente en su necesidad, o sea, en
su perfecta conformidad con la naturaleza divina. Por esta necesidad no hay
nada contingente en las cosas, esto es, nada que pueda ser distinto de lo que
es. Todo es necesario en cuanto está determinado necesariamente por la
necesaria naturaleza de Dios. Las cosas no habrían podido ser producidas por Dios
de otra manera o con otro orden que aquel con el cual se han producido. Dios no
tiene voluntad indiferente o libre. Su potencia se identifica con su esencia y
todo lo que El puede, existe necesariamente.