Giorgio
Agamben
En las obras de Spinoza que han sido conservadas, hay un solo pasaje en
el que se sirve de la lengua materna de los hebreos sefarditas, el ladino. Es
un pasaje del Compendium grammatices
linguae hehraeae [Compendio
gramatical de la lengua hebrea] (13), en el que el filósofo está explicando
el sentido del verbo reflexivo activo, como expresión de una causa inmanente,
es decir, de una acción en la que agente y paciente son una sola y la misma
persona. Para aclarar el sentido de esta forma verbal […], el primer
equivalente latino que da Spinoza, se
visitare [visitarse], es claramente insuficiente; él lo especifica por lo
tanto inmediatamente con la singular expresión: se visitantem constituere, constituirse visitante. Siguen otros dos
ejemplos, cuyos equivalentes latinos (se
sistere, se ambulationi dare) le parecen a Spinoza tan insatisfactorios que
se ve obligado a recurrir a la lengua materna de su gente. Pasear, en ladino
(es decir, en el español que los sefarditas hablaban en el momento de su
expulsión de España), se dice pasearse (pasearse, en español moderno, se diría
más bien: pasear o dar un paseo) (14). Como equivalente a una causa inmanente,
es decir, a una acción referida al agente mismo, el término ladino es
particularmente feliz. En efecto, presenta una acción en la que el agente y el
paciente han entrado en un umbral de absoluta indistinción: el paseo como
pasearse.
En el capítulo 12, Spinoza se plantea el mismo problema a propósito del
sentido de la forma correspondiente al nombre infinitivo (el infinitivo en
hebreo se declina como un sustantivo):
"Ya que a
menudo ocurre que el agente y el paciente son una sola y misma persona, era
necesario para los judíos formar una nueva y séptima especie de infinitivo, con
la cual ellos expresarían la acción referida tanto al agente como al paciente,
y que tendría, entonces, al mismo tiempo la forma de la voz activa y de la
pasiva [...]. Fue pues necesario inventar otra especie de infinitivo, que
expresara la acción referida al agente como causa inmanente [...] la cual, como
hemos dicho, significa visitarse a sí mismo, o bien constituirse visitante y,
finalmente, mostrarse visitante (constituere
se visitantem, vel denique praebere se visitantem)". (15)
Es decir, la causa inmanente pone en cuestión una constelación semántica
que el filósofo-gramático trata de aferrar no sin dificultad a través de una
pluralidad de ejemplos (constituirse
visitante, mostrarse visitante, pasearse) cuya importancia para la
comprensión del problema de la inmanencia no debe ser despreciada. El pasearse es una acción en la que no sólo
es imposible distinguir el agente del paciente (¿quién pasea qué?) y donde, por
tanto, las categorías gramaticales de voz activa y pasiva, sujeto y objeto,
transitivo e intransitivo pierden su sentido, sino también en la que medio y
fin, potencia y acto, tacultad y ejercicio entran en una zona de absoluta
indeterminación. Por esto Spinoza se vale de las expresiones «constituirse visitante, mostrarse visitante», donde la potencia
coincide con el acto y la inoperosidad con la obra: el vértigo de la inmanencia
es que ella describe el movimiento infinito de la autoconstitución y la
autopresentación del ser: el ser como pasearse.
No es por casualidad que los estoicos se sirvieron justamente de la
imagen del paseo para mostrar que los modos y los acontecimientos son
inmanentes a la sustancia (Cleante y Crisipo se preguntan: ¿quién es el que
pasea, el cuerpo movido por la parte hegemónica del alma o la misma parte
hegemónica?) (16). Como Epicteto dirá más tarde con una invención
extraordinaria: los modos de ser «hacen la gimnasia» (gýmnasai, donde hay que considerar etimológicamente también el
adjetivo gymnós, «desnudo») del ser.
Tomado de Giorgio Agamben, “La inmanencia absoluta”, en Gabriel Giorgi y
Fermín Rodríguez (comps.), Ensayos sobre
biopolítica. Excesos de vida, Buenos Aires, Paidós, 2007, pp. 83-85.
Notas
13. Baruch Spinoza, Opera, Carl Gebhardt (editor),
Heidelberg, C. Winters, 1925, vol. 3, pág. 361.
14. En castellano en el original.
15. Ibíd., pág. 342.
16. Véase Víctor Goldschmidt, Le
synime stoicien et l'idée de temps, París, Vrin, 1969, págs. 22-23. Deleuze cita este pasaje en Logique du sens, 198.