Mariana Gainza
I. Se dijo
una vez que si la concepción materialista de la historia pudo ser formulada,
ello fue así porque antes estuvo Spinoza, realizando una crítica
histórico-filológica de las Escrituras que inauguraría la posibilidad de
mantener otra relación con los textos históricos. En efecto –indicó
Althusser, con más precisión–, en el Tratado Teológico-Político se
elabora una verdad histórica, gracias al propio movimiento de
deconstrucción del imaginario teológico que pone en marcha. “Una” verdad, pues
refiere concretamente a una experiencia singular, esto es, al modo en el que un
individuo histórico, el pueblo judío, fue estableciendo el relato de sus
vivencias, a través de la relación con sus profetas, con su religión, con su
política (1). El “libro sagrado” de la historia de la humanidad fue así
destituido de su componente mistificador cuando se procedió a conectarlo con
las condiciones concretas, particulares, de su producción.
Así, es el viejo y gran tema de la relación entre universalismo
y particularismo el que está implícito en la crítica histórica, así
como está presente, de manera diferente, en el “gran relato” de la epopeya
humana que cierta filosofía de la historia ha pretendido justificar. El
punto de vista de la historia universal –afirmó Hegel de manera canónica– es
la totalidad de los puntos de vista (2).
La suposición de que la historia consistiría en el despliegue concreto de una
infinidad de perspectivas particulares (las perspectivas de todos los pueblos existentes)
susceptibles de ser finalmente abarcadas por el punto de vista totalizador que
extraería el aspecto “verdaderamente racional” o esencial de cada experiencia
histórica, no constituye –y esto ha sido recurrentemente señalado– el
reconocimiento de la irreductibilidad de las perspectivas singulares, sino más bien,
su asimilación y subordinación a un principio rector, que coincide
subrepticiamente con cierta posición de la enunciación que reivindica para sí
los privilegios de la universalidad legítima.
Continuando con la estrategia teórica, aún hoy fructífera,
de confrontar las pregnantes tesis hegelianas con reflexiones que se inspiran
en la filosofía de Spinoza, pretendemos aquí ensayar una contestación a dicha
máxima de la filosofía de la historia de Hegel –que sintetiza el espíritu de lo
que podríamos llamar un universalismo anti-perspectivista– a través de
una interpretación de la ontología spinoziana que procura leerla en los
términos de un perspectivismo crítico. La necesidad de enfrentar las
pretensiones tendenciosamente totalizadoras de cierta filosofía de la
historia (cuya eficacia excede el ámbito estricto de la filosofía
académica) permanece vigente. Y puesto que tal confrontación requiere un esfuerzo
permanente de renovación de la filosofía crítica (de una filosofía
crítica de las ideologías de la historia), puede entenderse como una suerte de
premisa de este trabajo la convicción de que la ontología spinoziana contribuye
con esa filosofía crítica. Pues constituye, en efecto, una perspectiva útil para
el pensamiento decidido a afrontar los dilemas siempre distintos que cada
coyuntura representa para cada pueblo –pensamiento que debe recordar, una y
otra vez, lo que Walter Benjamin dijera sobre la necesidad de que las “energías
destructivas del materialismo histórico” se orienten en primer lugar contra la idea
de historia universal: “La representación de que la historia del género humano
se compone de la de los pueblos es hoy, cuando la esencia de los pueblos
es oscurecida tanto por su actual estructura como por sus actuales relaciones
recíprocas, un subterfugio de la mera pereza del pensamiento” (3).