Giovanni Reale y
Dario Antiseri
Reale, Giovanni y
Antiseri, Dario, «Spinoza», Historia del
pensamiento filosófico y científico 2, Herder, Barcelona, 1995, pp.
351-379.
La búsqueda de la
verdad que otorga un sentido a la vida
El Tratado sobre la enmendación
del intelecto, como han puesto de relieve muchos especialistas, es una
especie de Discurso del método de
Spinoza, por su carácter autobiográfico y por su finalidad programática, si
bien difiere del Discurso en muchos
aspectos, ya que el interés de Spinoza es sobre todo de carácter ético,
mientras que el de Descartes es gnoseológico. Spinoza, en otras palabras, no se
pregunta cuál es la metodología correcta de la verdad y cuáles son los rasgos
de la verdad misma, para satisfacer un interés teórico abstracto, sino que investiga
cuál es la verdad capaz de otorgar un sentido a la existencia humana, y por lo
tanto quiere descubrir cuál es el bien que cuando se posee garantiza al hombre
su felicidad. Al leer este Tratado
vienen a la memoria los antiguos Protrépticos
griegos, un tipo de obras similares al Hortensio
de Cicerón o bien a algunos escritos agustinianos. En resumen: la verdad que
interesa a Spinoza no es la de tipo matemático o físico, es decir, un tipo de
verdad que no incide en la existencia humana, sino aquella verdad que interesa
más que ninguna otra a la vida humana: aquella verdad que se busca para gozar
de ella y en cuyo disfrute tiene lugar la realización y la perfección de la
existencia, y por lo tanto la felicidad.
El prólogo es, con gran diferencia, la parte más bella y más ilustrativa
la obra, porque nos permite contemplar su ánimo interior, las causas y los
objetivos por los que se ha decidido a filosofar. En dicho prólogo Spinoza nos
dice que ha experimentado la vanidad de todas las cosas que suelen acaecer en
la vida ordinaria, y que ha descubierto que constituían bienes o males sólo en
la medida en que su ánimo se dejaba afectar por ellas, aunque en realidad
ninguna era ni buena ni mala (aquí se entretejen ecos estoicos y bíblicos). Por
lo tanto decidió finalmente buscar si existía un bien verdadero, que se pudiese
alcanzar y gracias al cual el ánimo humano quedase plenamente satisfecho.
Quería saber si existía algo que, una vez hallado y poseído, le permitiese
«gozar de una alegría continua y suprema, eternamente».
En un primer momento le pareció poco prudente aventurarse en tal
empresa, porque en el mejor de los casos se trataba de abandonar las cosas
ciertas --como la búsqueda del placer y de la riqueza o el logro de los honores--
para proseguir una cosa incierta. Spinoza también nos dice que se había
encontrado en una situación confusa y embarazosa, al pensar por un lado que, si
la felicidad consistía en aquellas cosas, habría debido privarse de ellas para
tener tiempo y comodidad para buscar si existía otro bien superior a ellas. Por
otra parte, se le ocurría que si la felicidad no consistía en esas cosas,
continuar dedicándose a ellas le hubiese privado igualmente de la suma
felicidad. Trató entonces de asumir una nueva disciplina de vida, aunque sin cambiar
las acostumbradas reglas de vida, pero el intento fracasó, ya que la búsqueda
de aquellas cosas a las que los hombres suelen dar valor --placeres, riquezas,
honores-- es un impedimento total para la búsqueda de una nueva disciplina de
vida.
a) Por lo que concierne al placer, dice Spinoza, el ánimo, mientras goza
de ese placer, se aferra tanto a él, que llega a ajustarse del todo a él y no
puede ocuparse de otra cosa. No obstante, una vez que se ha gozado el placer,
sobreviene una enorme tristeza. Spinoza escribe: «El placer de los sentidos,
por ejemplo, se adueña del ánimo de tal modo, que éste se coloca en él como si
fuese un bien, que le impide del todo pensar en otra cosa; pero después del
gozo viene una gran tristeza, hasta el punto de que la mente, si es que no se
ve también ella dominada por la tristeza, queda turbada y atontada.»
b) Por lo que concierne a las riquezas, cuando se las busca por sí
mismas (como sumo bien), absorben al hombre de manera continuada, obligándole a
dirigir todas sus acciones en dicha búsqueda. Cuanto más riquezas se adquieren,
más crece el deseo de aumentarlas, y así crece el estímulo para aumentarlas sin
pausa (no se da el freno del arrepentimiento, como en la búsqueda del placer).
En cambio, cuando se fracasa en la búsqueda de riquezas, el hombre cae en una
profunda tristeza y se abate por completo.
c) Lo mismo se aplica a la búsqueda de los honores, pero con un
agravante: para conseguir honores --que nos son tributados por los demás--
debemos conformar nuestra vida al modo que complace a los otros, «huyendo de lo
que corrientemente huyen y buscando aquello que corrientemente buscan».
Después de estas reflexiones Spinoza concluyó que al abandonar esas
cosas en el mejor de los casos habría abandonado bienes inciertos por su propia
naturaleza, como lo atestigua cuanto se acaba de decir, mientras que el bien
que se proponía era cierto por naturaleza y sólo resultaba incierto el modo de
obtenerlo. En definitiva, se trataba de «perder males ciertos por un bien
incierto». Todos los males de la humanidad, si bien se mira, no provienen de
otra fuente que no sea ésta: la búsqueda de dichos presuntos bienes. Por lo
tanto Spinoza sostiene:
En verdad, las
cosas que persigue el común de los hombres no sólo no ayudan en nada a la
conservación de nuestro ser, sino que resultan nocivas, hasta el punto de que á
menudo provocan la muerte de quienes las poseen --si se puede decir esto-- y
luego, en todos los casos, conducen a ía muerte a quienes son poseídos por
ellas. ¡Cuántos han sufrido persecuciones y muerte por sus riquezas, y cuántos,
con tal de acumularlas, se han expuesto a una serie de peligros, hasta que han
pagado con la muerte el castigo a su necedad! No es menor el número de quienes,
para conseguir honores o para conservarlos, han acabado miserablemente. Los
ejemplos, por último, de hombres que se echaron encima la muerte por un exceso
de libido, son innumerables. Ahora bien, ¿cuál es la causa de estos males? Me
parecía que toda felicidad o infelicidad sólo dependía de la naturaleza del
objeto al que nos adherimos con nuestro amor. En efecto, por las cosas que no
se aman nunca se producen litigios, ni surge la tristeza si desaparecen, ni la
envidia si otros las poseen, ni el temor, ni los odios, y en definitiva, no
suscitan pasión alguna. En cambio sucede todo esto por el amor de las cosas que
pueden perecer, como son aquellas que hemos mencionado. Al contrario, el amor
de lo que es eterno e infinito alimenta el ánimo con pura alegría, sin una
brizna de tristeza: cosa que hemos de desear y de buscar con todas nuestras
fuerzas.
La solución de todas las incertidumbres se produce del siguiente modo.
Placeres, riquezas y honores --dice Spinoza-- son males si se los busca en cuanto
fines, pero no lo son si los buscamos en cuanto medios únicamente, como
instrumentos necesarios para vivir en función de un objetivo superior: «La
búsqueda de dinero, el amor a los placeres y la gloria sólo constituyen un
obstáculo cuando uno los busca por ellos mismos y no como medio para otra cosa;
en cambio, si se los busca como medio, pueden someterse a medida y ya no actúan
como obstáculo, sino que pueden resultar de gran provecho para el fin en orden
al cual se buscan.» Por tanto, el bien supremo que busca Spinoza no elimina las
demás cosas y tampoco las anula, pero replantea por completo su significado y
su valor. De momento, Spinoza caracteriza este bien supremo como aquel vínculo
que une íntimamente toda la naturaleza con la mente, vínculo que debe compartir
la mayor cantidad posible de hombres.
Se perfila claramente que en el pensamiento de Spinoza la idea de Dios
ocupa un lugar central. Dios es el orden eterno de la naturaleza, que forma una
sola cosa con la naturaleza misma y con sus leyes necesarias. Esta idea está
destinada a desempeñar una función determinante en la reconstrucción de la vida
del hombre y de su significado. Veremos esto de una forma más adecuada al
exponer la Ethica. Mientras tanto,
para concluir el examen del Tratado
al que ahora nos estamos dedicando, hay que señalar lo siguiente. Spinoza
afirma que para realizar el programa antes esbozado, es necesario que en la
vida de los hombres todo se dirija hacia ese fin. En particular: 1) de la
naturaleza habrá que conocer sólo lo que sea indispensable para realizar el fin
indicado; 2) se debe construir una sociedad que permita que el mayor número
posible de hombres obtengan ese fin; 3) hay que elaborar una moral y una
pedagogía que estén en función de dicho objetivo; 4) será preciso cultivar de
un modo adecuado la ciencia médica, lo cual al favorecer la salud facilitará la
consecución del objetivo que nos proponemos; 5) habrá que cultivar la mecánica
y la técnica, que permitirán ahorrar tiempo y fatigas; 6) será necesario
enmendar y purificar el intelecto, para volverlo idóneo y comprender lo mejor
posible la verdad.
Mientras tanto, al ir trabajando en la edificación de la mayor
perfección humana que sea posible, habrá que respetar algunas reglas
provisionales de vida, que se reducen a las tres siguientes.
1) Será necesario hablar de acuerdo con la capacidad de comprensión del
hombre corriente, ajustarse a su forma de actuar en todo lo que no constituya
un impedimento para el logro de nuestros fines. Esto nos asegurará muchas
ventajas, entre las que destaca el conseguir que el hombre corriente asuma una
actitud favorable hacia nosotros, al escuchar la verdad.
2) Será necesario gozar de los placeres sólo en la medida suficiente
para conservar la buena salud.
3) Será necesario buscar el dinero u otros bienes materiales sólo en la
medida requerida para vivir y mantenerse en buena salud, y para adecuarse a los
usos y costumbres de nuestro país, siempre que esto no se halle en desacuerdo
con nuestros objetivos.
Spinoza prescribió tales normas y a ellas se ajustó el primero de todos
a lo largo de su vida. La corta palabra latina que aparece en su lema, caute, y resume a la perfección --como
una especie de mínimo común denominador-- el sentido de estas reglas. Nos
hallamos así en condiciones de afrontar la exposición de las doctrinas
centrales de la Ethica y de
comprender el significado de su planteamiento teórico: se parte desde Dios como
centro, porque del nuevo significado que se otorga a Dios depende el nuevo
significado que recibe el hombre y su vida. En Spinoza se aplica mejor que en
ningún otro caso aquel célebre dicho: «Dime qué Dios tienes y te diré quién
eres.»