Sergio Espinosa Proa
La
crítica de Slavoj Žižek a Gilles Deleuze es parte de los combates actuales por
extraer del Idealismo alemán las consecuencias más extremas. Vale la pena
detenerse en ellos, porque ahí se cifra algo esencial para nosotros. Lo primero
es hacer notar un hecho: si la filosofía está bloqueada --por la ciencia o por
la política-- buscará acomodo en otra parte: la literatura, la antropología, la
sociología, los estudios culturales... Žižek se enfrenta a Deleuze en una
situación asimétrica: no es un "diálogo" sino, observa el esloveno,
un "encuentro entre dos campos incompatibles" (Órganos sin cuerpo. Sobre Deleuze y consecuencias, Pre-textos,
Valencia, 2006, p. 15). La diferencia entre intercambio y encuentro es que,
aparte de traumático, el segundo es raro. La tesis principal es que no hay uno
sino dos Deleuze: uno crítico y otro capitalista. Y que el segundo es más
interesante --por cuestiones de fertilidad, a pesar de todo-- que el primero.
Desde el comienzo, Žižek ve hasta en la sopa a Deleuze: lo ve en Hitchcock, en
Eisenstein, en Pollock, en Rothko, en la física cuántica, en el jansenismo, en
Hegel, en Freud/Lacan... O, mejor, en sus oposiciones. De entrada, pues, cierto
exceso interpretativo. Su crítica de base, ello no obstante, parece sólida: Deleuze piensa que la percepción (humana)
es más rica que lo real (lacaniano). Será cosa de ver. Por lo pronto, otro
apunte (sumamente lacaniano): odiar a alguien significa serle fiel. El ejemplo
que pone Žižek es conocido: Kierkegaard es el mejor traidor de Hegel (y uno se
acuerda de Bayle con Spinoza). Deleuze no es un historicista, y eso le honra. Piensa que hay un novum, un acontecimiento que rompe el tiempo. Por tanto, es
(casi) un cristiano. Casi un Chesterton: el sol es nuevo cada día. Esto lo
salva de reduccionismos fáciles; no se trata de pensar cómo una máquina puede
imitar a la mente, sino como la mente puede incorporarse máquinas. El
ciberántropo no está reemplazado por la máquina sino que ésta se conecta con el
hombre de carne y hueso. La crítica de Žižek se organiza como la de Alain
Badiou en El clamor del ser, pero
también como la crítica de Lenin al empiriocriticismo. Lo que no soporta de
Deleuze es que critique a Lacan; lo acusa de no ser lo suficientemente
idealista. ¿Por qué no lo es, si todo Lógica
del sentido está escrito desde Las
edades del mundo de Schelling? Se produce, de acuerdo con Žižek, una gran
confusión entre el idealismo y el materialismo, confusión de la cual la ciencia
sale ganando: la "partícula" de Higgs se halla entre la materia pura
y la abstracción matemática. De paso, Nietzsche estaría equivocado, pues el
cuerpo no es más que la actualización de una verdad virtual. ¡Todo ya estaba en
Schelling! Cuando habla de casi-causa parecía estar hablando del objet petit a de Lacan. Pero en realidad
todo se reduce a un sórdido combate entre el Ser y Devenir: "El objetivo de Deleuze es liberar la
fuerza inmanente del Devenir de su autoesclavización al orden del Ser"
(p. 45). De allí que lo nomádico sea "superior" al Estado, lo
molecular más noble que lo molar y lo esquizo mejor que lo paranoico. La única razón de semejante
superioridad es la creencia en el
carácter absoluto de la vida: hay algo en vez de nada... y háganle como
quieran. Žižek cree en la superioridad del budismo --y de Hegel; no hay más que
una Nada que desemboca en la Nada. La
posición de Deleuze acaba, según esto, de
invertirse: del materialismo sólo resta un sustrato, porque lo esencial se
dirime en la esfera ideológica, superestructural. Es efecto lógicamente
esquizoidal del francés: a sus dos ontologías no decididas --el Acontecimiento como productor del
Devenir y el Acontecimiento estéril del Sentido-- corresponden dos políticas,
una de espontaneidad izquierdista y otra de resignación derechista. La
solución, para no variar, está en volver a Hegel --vía Lenin. Este retorno
pasa, obviamente, por un repudio de Spinoza; en la obligación de amar al judío
expulsado de la comunidad parece reposar el secreto de la esquizofrenia
deleuzeana. Una vez más, el problema es Hegel. En eso se parecen Spinoza y
Levinas: ambos lo odian. La postura de Žižek es inapelable: Spinoza es a
Deleuze lo que Kant a Derrida y Hegel a Lacan. Y lo tiene muy claro: ¡es preciso salvar al cristianismo, que
peligra con la amenaza conjunta del paganismo/judaísmo! El concepto
fundamental, lo que se encuentra en riesgo total, es la pulsión de muerte, ese
"autosabotaje" del conatus.
Curiosa forma de elaborar una crítica: no piensas si no piensas lo mismo que yo
(en eso es muy hegeliano). Por ahí hace demasiada agua la actitud de Žižek.
Pues no basta con equiparar a Spinoza con Aristóteles, ni con oponerlo a Kant;
menos aún que "le falta" ser Hegel (y más Lacan). Spinoza es
perfectamente coherente con sus premisas, que en absoluto son religiosas. Son
filosóficas, por más que eso enerve al esloveno. No basta con achacarle una
"ambigüedad" en su valoración de la "multitud": si ella se
encuentra dominada por pasiones tristes, es decir, por el odio o el miedo, su
reacción será de violencia destructiva. Žižek no entiende a Spinoza porque es
hegeliano, del mismo modo en que no entiende a Deleuze porque es lacaniano. Una
lástima. Pero nos ayuda a comprender mejor a Hegel (y a Lacan), con lo cual uno
se da siempre por bien servido.